Una espanolita en Londres

Una espanolita en Londres
Camden Town Girl...o sea, yo

Fabio, yo y mil historias inventadas contrarreloj

Yo, españolita, treintañera y con ganas de hacer algo diferente en mi vida, he decidido, por fin, poner por escrito las millones de historias y fantasías que pasan por mi cabeza... ¡en forma de reto!

Fabio, un hombre argentino aficionado a la literatura si cabe más que yo, me manda sus historias y cuentos desde hace poco, y yo le correspondo con las mías. Alguien a quien no conozco, una conexión difícil de explicar...

El reto es, cada vez que reciba un texto de Fabio, he de contestarle en menos de 24h, con una historia totalmente nueva y original...

¿Podré seguir el ritmo? ¿Será mi imaginación tan fantasiosa como siempre he pensado? ¿O no seré más que otra españolita en Londres que se piensa que, por estar en esta ciudad tan libertaria, puede hacer cualquier cosa que se proponga? ¡Este blog me sacará de mis dudas! :>


miércoles, 24 de febrero de 2010

La quinta, y sigue lloviendo

Hola a todos y todas. Aquí estoy este jueves de manana pensando que debería estar vistiéndome en vez de actualizar el blog. El día esta gris, húmedo y apunta deprimente. Al menos las temperaturas rozan casi las 2 cifras con lo cual algo hemos mejorado.

Fabio ha vuelto a atacar con un libro, voy a tener que hacer horas extras... me encantan sus expresiones argentinas. Dice que no ha tenido tiempo de leer mi relato, así que no os puedo comunicar lo que opina de la cuarta historia.

Sin más preámbulos, aqui va la quinta historia contrarreloj. Mil besos a todos y todas:




LA MAGDALENA Y YO

El día que Magdalena del Carmen nació grandes señales había en el cielo. Como el famoso moro de la morería ese, de cuyo nombre no me acuerdo. Su madre, que era muy católica y muy santa ella, si obviamos su profesión claro, le puso semejante nombre: Magdalena, la puta de la Biblia que ella consideraba la patrona de las de su carrera, y del Carmen porque así sonaba más importante. Las señales las vio ella en la luna, decía, que aquel día tenía un color especial y estaba acompañada por el mayor séquito de estrellas jamás visto en el cielo. Si ella lo dice... En cambio, la noche que yo nací, una horrorosa tormenta de rayos y truenos atemorizó a Madrid.

El caso que, repasando los acontecimientos, lo único grande que consiguió la Magdalena en toda su vida fue no seguir los pasos de su madre. Que para alguien como nosotras, hijas bastardas de putas, es todo un triunfo. Y os preguntaréis porqué la Magdalena se libró. Pues porque era hermosísima. Hermosa y guapa a más no poder. Yo le tenía una envidia ya desde niñas que me moría. Crecimos juntas en la calle, en la escuela, en mi casa y en su casa. Nuestras madres eran muy amigas, grandes compañeras de vida y profesión. Se entendían con sólo dedicarse un gesto o una mirada. Así que esta medio hermana mía que era la Magdalena me hacía morir de la envidia por su hermosura. Muchas luces no tenía la pobre. Yo era mil veces más espabilada que ella. ¡Anda que no le tuve que sacar las castañas del fuego veces! Pero claro, yo era enjuta y regordeta y ella era como una modelo de revista. Yo también me libré de ser puta, a costa de mucho sacrificio y esfuerzo, muchas noches sin dormir y mucha responsabilidad a mis espaldas.

Ya de más creciditas, mientras la Magdalena se dejaba seducir y seducía a todos los chicos de la escuela y allegados, yo me sumergía en interminables lecturas de cualquier cosa que caía en mis manos. Lo hacía porque no me quedaba otro remedio, porque yo no hubiese conseguido seducir ni al perro de la vecina. ¡Me moría de la envida! Pero bueno, al menos conseguí el graduado escolar, y luego el bachiller y luego vino la universidad, aunque me costó sudores y aún más lágrimas conseguirlo. Mi madre estaba orgullosísima de mí, ¡su hija en la universidad! He de decir que dentro de nuestro particular ambiente fue todo un hito histórico, ¡la hija de una puta en la universidad! No sólo mi madre estaba orgullosa sino todas sus compañeras, que me ponían de gran ejemplo a todos sus hijos bastardos.

La universidad me cambió la existencia y conocí por primera vez en mi vida el calor de los hombres. Historias fugaces que aliviaban mis bajas pasiones. También me tuve que esforzar mucho para no defraudar a mi madre y nuestro ambiente. Mientras yo estudiaba horas y horas y más horas la Magdalena se pavoneaba por la Latina con hombres de todas las calañas, pero que en general compartían una cosa: eran ricos. La Magdalena era conocida dentro de los círculos artísticos y selectos de Madrid y muchos hombres pretendían su compañía. Aquí he de defender a la Magdalena y decir que ella se iba con quien le agradaba, con quien a ella le gustaba y le trataba bien. Pero al final, todos se cansaban de su particular capricho y la dejaban sin mayor miramiento. Así pasó la Magdalena toda su juventud, de hombre en hombre, acicalada hasta las cejas y alabada a cada paso que daba.

Pero claro, la juventud pasa, y luego vienen las arrugas. Las carnes se caen y el maquillaje se hace cada vez más pesado para disimular años. La Magdalena se fue quedando sola. Sin embargo, yo conocí al mejor de los hombres. Un compañero de la carrera, de origen muy humilde y dudoso como yo. Nos comprendíamos perfectamente porque sabíamos exactamente de donde veníamos. Nos queríamos de una forma clara y sin alardes, así que nos casamos y formamos una familia con los años. Conseguimos jubilar a mi madre que ahora ya disfruta de una tranquila madurez junto a sus nietos.

La Magdalena tuvo que empezar a trabajar por primera vez en su vida a los 29 años, de camarera en un bar de la Latina y gracias, porque no sabía hacer nada más. Su madre se había cansado de trabajar a destajo para cubrir los huecos de sus cada vez menos pudientes amantes. Del bar de la Latina fue bajando de categoría hasta terminar en el bar de la esquina de la calle donde crecimos. Y también tuvo que empezar a limpiar escaleras en barrios acomodados. Ahora la que se moría de envidia era ella, por mí y por lo que yo había conseguido en la vida, mi familia y mi profesión.

Durante todos estos años la Magdalena y yo hemos sido amigas y mantenido la relación. Por muchas envidias que haya habido entre nosotras siempre hemos sido hermanas, crecido juntas en uno de los ambientes más horribles que alguien pueda imaginar, y eso une mucho y para siempre.

El otro día tomando café juntas me dijo, “Clarita, dicen que la suerte de la fea la guapa la desea, ¡qué gran verdad es esa!”. Y yo me mordí la lengua para no darle la razón y decirle pues sí, es verdad, las cosas no son como empiezan, sino como acaban.

3 comentarios:

  1. Gracias por el homenaje encubierto a un estupendo fin de semana. Vuelve pronto!

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  2. Mil gracias a vosotros por un finde genial! Madrid tenia que ser escenario de una de mis historias ;>
    Hasta pronto!

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