Una espanolita en Londres

Una espanolita en Londres
Camden Town Girl...o sea, yo

Fabio, yo y mil historias inventadas contrarreloj

Yo, españolita, treintañera y con ganas de hacer algo diferente en mi vida, he decidido, por fin, poner por escrito las millones de historias y fantasías que pasan por mi cabeza... ¡en forma de reto!

Fabio, un hombre argentino aficionado a la literatura si cabe más que yo, me manda sus historias y cuentos desde hace poco, y yo le correspondo con las mías. Alguien a quien no conozco, una conexión difícil de explicar...

El reto es, cada vez que reciba un texto de Fabio, he de contestarle en menos de 24h, con una historia totalmente nueva y original...

¿Podré seguir el ritmo? ¿Será mi imaginación tan fantasiosa como siempre he pensado? ¿O no seré más que otra españolita en Londres que se piensa que, por estar en esta ciudad tan libertaria, puede hacer cualquier cosa que se proponga? ¡Este blog me sacará de mis dudas! :>


miércoles, 17 de agosto de 2011

La 29 desde la humanidad

Hola a tod@s,

Estos días ando de plena reflexión. Me he dado cuenta de lo importante que es la comprensión, de lo importante que es ponerse siempre en los zapatos de los demás para entender porqué hacen lo que hacen y se comportan de esa manera y no otra. Humanidad, chicos y chicas, es lo que necesita este mundo... Ya me sale la vena justiciera otra vez...

Os traigo la historia número 29, sobre la humanidad y la comprensión !A disfrutar! :>



MARINA Y DORA

Marina llegó a casa más tarde de lo que esperaba. Así que apenas tuvo tiempo para tirar el bolso y abrigo sobre la cama, desnudarse y darse una ducha rápida antes de su cita. Había quedado con su gran amiga Dora para cenar y charlar, como cada martes.

Dora había irrumpido en su vida por sorpresa: la conoció hace apenas tres meses cuando se mudó a este apartamento en el centro. Marina trabajaba mucho, demasiado, así que hace unos meses decidió mudarse lo más cerca posible del trabajo para minimizar el tiempo invertido en sus desplazamientos. Estaba contenta con la decisión. Había ganado tiempo para sí misma, que era de lo que se trataba, y además había congeniado instantáneamente con su vecina de rellano, Dora, con la que ahora tenía la esperada costumbre de cenar todos los martes por la noche. Sus padres y amigos no entendían muy bien esa amistad: Marina tenía 29 años y Dora 78. Pero lo cierto es que el tiempo que pasaba con Dora valía para ella millones. Dora era divertida, interesante, inteligente, paciente y una excelente cocinera. Sus historias y anécdotas no tenían fin y Marina jamás había visto tanto libro junto ni ramos de flores mejor colocados en preciosos jarrones. A Marina le daba igual lo que la gente opinase. Dora era en estos momentos una de sus mejores amigas. Esa era la verdad.

Marina por fin se declaró lista para cruzar el rellano y llamar a la puerta de Dora. Como cada martes, Dora la recibió con una gran sonrisa de oreja a oreja, un pequeño aperitivo acompañado por un vasito de vino y un exquisito olor viniendo de la cocina…

Sin embargo, aquella noche Dora se mostró más distraída y taciturna que nunca. Así que hacia el final de la velada Marina se atrevió a preguntarle si se encontraba bien, si algo había ocurrido recientemente que la preocupase. Dora se hizo un poco la remolona con aquello de “no es nada, son solo cosas mías”. Pero al final le acabó confesando su pesadumbre: acababa de ser abuela de un nieto al que jamás trataría. Marina se quedó de piedra, ¡ni siquiera sabía que Dora tenía un hijo! Pero si, Dora tenía un hijo de 37 años, Alberto, al que no veía desde hacía más de 6.

Marina le imploró que por favor le contase la historia. Dora, a regañadientes, aceptó. Dulce y serena le preguntó a Marina si tenía tiempo, porque contarle la historia de porqué no se trataba con su hijo era contarle la historia de su vida. Marina, con una gran sonrisa de compresión, le dijo que para ella siempre tenía todo el tiempo del mundo. He aquí la historia que Dora le contó a Marina:


Dora procedía de una familia culta. No demasiado acomodada aunque lo cierto es que en aquellos tiempos de necesidad a ellos nunca les faltó de nada. El padre de Dora era profesor de instituto y su madre maestra. Dora creció entre libros y panfletos, de ahí que de mayor hubiese conservado la costumbre y su casa estuviese plagada de libros. Dora se hizo maestra, como su madre. Pero por muy culta que fuese, Dora no encontraba marido, lo que para la época era la máxima aspiración de una mujer. Cuando Dora ya estaba condenada por todos a ser una triste solterona conoció a su marido, el difunto Mariano. Mariano era un hombre sencillo pero muy tierno y con un gran corazón. Dora no le amaba pero se sentía segura y acompañada con él a su lado. Por lo tanto, se casaron. Los años pasaban y Dora y Mariano no tenían hijos, pero ellos eran felices en su tranquila existencia…

Entonces, a los 39 años de edad, Dora conoció el verdadero amor por primera vez en su vida. Se trataba de un hombre de su misma edad, de nombre Mateo, que llevaba a sus hijos al colegio donde Dora era maestra. Este hombre, que era tan sencillo y humilde como Mariano, encontró en Dora a su compañera de vida, dado que su gran afición era leer y aprender. Mateo, al igual que Dora, se había casado por comodidad. Los dos se enamoraron como dos chiquillos a sabiendas de que lo suyo siempre iba a ser clandestino y oculto ya que no podían contemplar la posibilidad de abandonar a sus respectivos cónyuges y hacerles daño…

Y Dora se quedó embarazada, de un precioso niño que nació pataleando y llorando a voz en grito. Se llamó Alberto. Dora nunca hizo ninguna prueba para saber de quién era su hijo, en aquellos tiempos no había esas cosas. Pero no hacía falta. Estaba clarísimo que el niño era de Mateo. El mismo color de ojos, el mismo pelo indomable y la misma curiosidad. Mateo sólo podía ver a su hijo de vez en cuando, por mucho que le doliese. Para Alberto Mateo era ese amigo de mamá que iba con él a jugar al parque de vez en cuando…

Cuando Alberto tenía 5 años de edad la tragedia llamó a la puerta: Mateo murió en un accidente de coche. Dora quería morir también. Su amor y su compañero se habían ido. Para siempre…

A Dora no le quedo más remedio que aprender a vivir con el dolor y callar, callar hasta el final. La vida siguió. Mariano fue el mejor de los padres y Alberto lo idolatraba. Así transcurrieron los años hasta que un cáncer se llevó a Mariano por delante, dejando a su amante hijo y agradecida esposa desolados…

Y fue al poco de morir Mariano cuando Alberto descubrió que no era su hijo. Fue de una manera totalmente improvisada: en una donación de sangre. Alberto descubrió que su grupo sanguíneo era B+. Y algo hizo click en su cabeza, de cuando Mariano estaba en el hospital. Indagando descubrió que Mariano era A+. Por lo tanto su única posibilidad de ser B+ era que su madre fuese B o AB. Dora era 0+…

¡A Alberto se le cayó el cielo encima! ¡No podía creer lo que había descubierto! ¡Su madre era una buena mujer, nunca haría algo así! ¡Mariano tenía que ser su padre! Después de unos días reunió el valor para ir a hablar con su madre…

Dora no pudo negárselo, la evidencia era devastadora. Quiso explicarle todo a Alberto, quiso contarle quién era su padre biológico, porque pasó lo que pasó. Y sobre todo quiso decirle que su padre verdadero, el de corazón, fue y siempre será Mariano…

Pero no hubo oportunidad. Alberto dejó a Dora atrás de un portazo lleno de odio y sobre todo incomprensión…


Cuando Marina hubo escuchado la historia completa se sintió profundamente triste. Entendía el estupor y shock de Alberto al descubrir que su padre no era quien pensaba. Pero también sentía verdadera comprensión por Dora y consideraba que sus acciones siempre fueron por razones fundadas y que nunca quiso hacer daño a nadie. Marina se despidió de su amiga con un fuerte abrazo. Pasó a su casa con el corazón encogido y un sentimiento de impotencia. Esa noche no consiguió pegar ojo.

Las semanas trascurrieron y las citas entre Marina y Dora no cesaron. Pero Dora no era la misma. Dora estaba triste, sin chispa. El sentimiento de impotencia de Marina crecía por días. No conseguía centrarse en el trabajo. Quería ayudar a su amiga, devolverle la alegría. Devolverle a su hijo y a su nieto. Entonces, concibió un plan para ayudar a Dora.

La primera parte del plan consistía en conocer el apellido de Mariano. Eso fue fácil: sacarle esa información a una Dora con un par de vasitos de vino de más fue un juego de niños. Usando las guías de teléfonos de toda la vida Dora dio en un pis pas con la dirección postal de Alberto. Entonces venía la peor parte del plan: escribir una carta a Alberto explicándole todo y pidiéndole por favor que accediera a ver a su madre para que ésta pudiese darle una explicación. Conseguir la carta perfecta le costó casi tres días. Pero lo consiguió. Al final proporcionó su propia dirección y teléfonos por si Alberto quería ponerse en contacto con ella…

¡Y vaya que si se puso en contacto! Apenas una semana después de enviar la carta el famoso Alberto se plantó hecho una fiera en casa de Marina, demandando saber quién era ella para meterse en los asuntos de nadie y qué tenía que ver ella con su madre. Lo cierto es que Alberto se quedó de piedra cuando comprobó que la autora de la carta, la supuesta gran amiga de su madre, no era más que una jovenzuela de menos de 30 años. Ese momento de sorpresa dio a Marina la ventaja perfecta para calmar a Alberto y pedirle por favor que entrara en su casa porque le iba a explicar todo con pelos y señales. Se lo pidió en voz baja y con prisa, por si Dora pudiese estar en casa y oír todo. Alberto se dejó hacer y aún con el ceño muy fruncido entró en el piso de Marina…

Apenas una hora después Alberto estaba puesto al corriente de todo. Estaba emocionado. Marina había conseguido explicarle los motivos de su madre desde una perspectiva llena de humanidad y comprensión. Alberto se marchó medio llorando prometiendo que se mantendría en contacto.

Y así llegó el siguiente martes, el día de la cita semanal de Marina y Dora. Para variar, Marina iba tarde y a toda prisa cuando el timbre de la puerta sonó. Aturullada fue hasta ella para descubrir a Alberto con un gran ramo de flores…

Cuando aquel martes Dora abrió la puerta con su acostumbrada sonrisa de oreja a oreja no descubrió a Marina al otro lado, sino a su hijo Alberto…

A partir de aquel día Dora fue feliz y siempre estaba alegre. Había recuperado a su hijo y conocido a su nieto. Pero sobre todo había descubierto que su gran amiga, Marina, estaba al otro lado del rellano. Para todo.