Una espanolita en Londres

Una espanolita en Londres
Camden Town Girl...o sea, yo

Fabio, yo y mil historias inventadas contrarreloj

Yo, españolita, treintañera y con ganas de hacer algo diferente en mi vida, he decidido, por fin, poner por escrito las millones de historias y fantasías que pasan por mi cabeza... ¡en forma de reto!

Fabio, un hombre argentino aficionado a la literatura si cabe más que yo, me manda sus historias y cuentos desde hace poco, y yo le correspondo con las mías. Alguien a quien no conozco, una conexión difícil de explicar...

El reto es, cada vez que reciba un texto de Fabio, he de contestarle en menos de 24h, con una historia totalmente nueva y original...

¿Podré seguir el ritmo? ¿Será mi imaginación tan fantasiosa como siempre he pensado? ¿O no seré más que otra españolita en Londres que se piensa que, por estar en esta ciudad tan libertaria, puede hacer cualquier cosa que se proponga? ¡Este blog me sacará de mis dudas! :>


lunes, 6 de enero de 2014

Volviendo a empezar, o escribir, lo mismo da

Queridos seguidores y lectores de este blog: he vuelto a coger los bolis, lapices, teclado del ordenador de turno, lo que sea que hay a mano para escribir. !He vuelto a escribir! No quepo en mi de gozo y alegría. Eso si, paciencia tendreis que tener ya que ando bastante oxidada. 

Aquí os dejo lo último que escribi, hace ya más de un mes. Me daba verguenza colgarlo pero al final me he animado.

Espero que disfrutéis un rato. Hasta pronto....espero ;>


ANA Y LA SENORA HILLGATE

El casi perpetuo gris londinense era el complemento perfecto para su carácter responsable. Ana no podía evitar sentirse secretamente contenta por la bajada de temperaturas y el final de un verano que a ella se le antojaba demasiado largo para su Londres gris.

Enlatada en el metro con gente ojerosa y medio dormida, dirigiéndose al trabajo aquella mañana, Ana no podía sospechar que aquel día iba a ser muy especial. Ese día por fin iba a ser ascendida al puesto de gerente de proyectos que durante tanto tiempo había estado anhelando. Desde que casi dos años atrás había entrado en la empresa de diseño de interiores donde trabajaba Ana había estado preparándose para este momento. Era su puesto soñado, tener su propio abanico de proyectos y dirigir a los equipos a cargo de llevarlos a cabo.

Exactamente a las once de la mañana Ana recibió la noticia. El resto del día lo paso en una nube recibiendo merecidas felicitaciones de sus compañeros y mandando emails y mensajes a sus amigos y familiares con la buena nueva. Al final del día, quedó con su mejor amiga en Londres para ir a cenar y tomar un buen vino como celebración. Ana se metió en la cama aquella noche con la sensación de que el mundo podía ser justo algunas veces y que no siempre era un horrible lugar en el que vivir.

Durante los meses que siguieron a su ascenso Ana trabajó muy duro. Quería demostrarle a todo el mundo que podía manejar perfectamente bien su nuevo trabajo. En general, todo iba bien. Entregaba todo siempre a tiempo y, a parte del típico roce aquí y allá con alguno de los proveedores, todo iba acorde a lo planeado. Sin embargo, había un proyecto que se le atragantaba. Lo curioso era que no tenía nada que ver con los proveedores o con que el diseñador hubiese malinterpretado sus directrices. No, esta vez tenía que ver con el cliente. La clienta, para ser más específicos. La señora Alexandra Hillgate. Ana se había reunido con ella en varias ocasiones para averiguar qué era exactamente lo que aquella señora estirada y llena de joyas realmente quería para el magnífico salón de su imponente casa de Chelsea. Normalmente Ana era muy buena interpretando los deseos de sus clientes. Pero la señora Hillgate la tenía completamente confundida. Dos veces ya había tenido que mandar rediseñar el dichoso salón. Y aún no estaba segura de haberlo conseguido. Hoy se reunía con la señora Hillgate a las tres de la tarde y aunque deseaba de corazón que este fuese el diseño definitivo algo le decía que iba a tener que mandar rehacerlo…

La señora Hillgate contemplaba impasible desde su ventana cómo nada ni nadie pasaba por la calle. Esta zona de Chelsea era tan aburrida, tan residencial. Ella la odiaba a muerte. Recordaba sus tiempos jóvenes cuando vivía en el corazón de Mayfair y todo era ruido y gente y eventos a los que acudir. Pero desde que su marido se empeñó en trasladarse a Chelsea para huir del centro y los turistas hace ya dos décadas su vida y ella habían cambiado tanto que apenas se reconocía. A sus 53 años Alexandra Hillgate se sentía tan vacía y aburrida que ojalá se muriese.

Depresión. La palabra mágica con la que hoy en día todos los médicos clasificaban la tristeza humana. Les daba igual que hubiese un motivo perfectamente definido para esa tristeza. Les daba igual que la solución fuese tan fácil como que alguien, por ejemplo su marido y sus hijos, le prestasen algo más de atención y la sacasen por ahí de paseo más a menudo. En vez de eso la receta habían sido unas pastillas, gran novedad, y la recomendación de hacer algo con su tiempo que implicase un cambio. Así que ahí andaba ella intentando cambiar la decoración de su salón, que por cierto a ella le encantaba tal y como estaba, con tal de tener contentos al médico, su marido y sus hijos.

Exactamente a las tres en punto sonó el timbre. Por Dios que aquella muchacha era puntual. Puntual y eficiente. Todo en ella era eficiencia, seriedad y responsabilidad. Era simplemente perfecta. La verdad es que la chica, Ana creía que era su nombre, le resultaba muy curiosa porque era exactamente lo contrario a lo que ella había sido de joven. Mientras que ella había sido siempre jovial y parlanchina esta chica era silenciosa y compuesta. Cierto era que sonreía mucho y era muy amable, pero no tenía nada que ver con su risa pícara y verborrea graciosa de cuando era joven. Pero ,quizás, lo que más le llamaba la atención era que debajo de su apariencia seria y responsable la chica sentía verdadera pasión por su trabajo. Alexandra no se acordaba de cuando había sido la última vez que había sentido verdadera pasión por algo. Probablemente no había sentido jamás pasión por nada. Quizás por eso no hacía más que poner pegas a los diseños que la muchacha le traía. Que por cierto eran todos buenos y cualquiera le hubiese servido para su salón. Gracias a su aparente disconformidad con los diseños Ana tenía que volver a su casa una y otra vez, así ella tenía tiempo para resolver el puzle de la chica seria y responsable llena de pasión.

Como en la última visita no había averiguado nada, Alexandra había decidido que hoy sería más directa y le haría preguntas algo más personales para ver si así conseguía averiguar de dónde venía esa pasión por su trabajo. Le ofreció té para crear una atmósfera más distendida, que la chica aceptó con una de sus correctas sonrisas, y Alexandra se lanzó a preguntarle sobre sus orígenes y su infancia. Tal y como había previsto la chica se sintió un poco acorralada al principio pero poco a poco se fue soltando. Le contó que era española, cosa que ya había podido deducir por su acento, y que había tenido una infancia muy común, sin nada reseñable. Parece ser que provenía de una familia trabajadora de clase media y que había tenido que trabajar mientras estudiaba en la universidad, empresariales, para pagarse sus caprichos y extras. Se trasladó a Londres para terminar su carrera con una beca Erasmus y por casualidad había caído en esta empresa de diseño de interiores donde había averiguado que se le daba muy bien traducir los deseos de los clientes en algo tangible. Pero sobre todo, parece ser que lo que más le gustaba era sentirse independiente y capaz de hacer algo por sí misma. Al final de la conversación la chica tenía una sonrisa de oreja a oreja y un brillito en los ojos de felicidad que la señora Hillgate todavía no había visto hasta ahora…

Como Ana bien había previsto, el diseño no era del gusto completo de la señora Hillgate. Así que la tendría que ver al menos una vez más. Bueno, no pasaba nada. La mujer tampoco era tan estirada después de todo. Le había ofrecido té y se había interesado por su vida. Algo que por cierto era la primera vez que le pasaba. Normalmente sus clientes no estaban interesados en quién era ella o de dónde venía o por qué le gustaba tanto su trabajo. Normalmente estaban interesados en que hiciese su trabajo lo antes posible para ellos poder volver a sus vidas normales. Pero esta sensación de que se interesasen por ella le había gustado. Le ayudaba a crear un vínculo especial con el cliente que quizás podría ayudarle a ella a hacer mejor su trabajo. Pero lo más importante es que le ayudaba a saber más que nunca quién era y a sentirse muy orgullosa del camino que había recorrido hasta ahora. Inesperadamente, en cuanto estuvo de vuelta en su oficina, Ana cogió un lápiz y empezó a hacer ella misma los cambios en el diseño. Cuando terminó y dejó el lápiz sobre la mesa, Ana cayó en la cuenta de que esta era la primera vez que ella misma se lanzada a rediseñar. Normalmente era uno de los dibujantes el que lo hacía, siguiendo su lista de cambios detallada en un email. Ana se sintió extraña, ajena a sí misma, pero de repente poderosa, pues acababa de descubrir que era capaz de hacer cosas sin planificación previa, cosas que nunca pensó que podía hacer sin un plan detallado y responsable por el medio…

Dos horas más tarde Alexandra seguía sentada en el mismo sofá donde Ana la había dejado. No se podía creer el descubrimiento tan importante que acababa de hacer y las consecuencias que tendría en su nueva vida. Había resuelto el puzle de la chica seria y responsable llena de pasión: independencia. En el transcurso de su conversación Alexandra se había dado cuenta que la fuerza de Ana residía en su independencia y su capacidad de hacer cosas por sí misma. Aparte de su seriedad y responsabilidad, Ana era ante todo una mujer independiente que se sacaba las castañas del fuego a sí misma sin ayuda de nadie. Justo lo que ella no había sido capaz de hacer en toda su vida. Todavía hoy seguía esperando a que su marido y sus hijos le solucionasen su tristeza. No. Ella misma era la solución a su tristeza y nadie más le iba a enseñar la luz. A partir de hoy sería diferente, la fuerza del cambio saldría de ella misma y de nadie más. A partir de hoy tendría ella el poder sobre su propio destino…

Cuando Ana y la señora Hillgate se volvieron a reunir una semana después el brillito de los ojos de Ana seguía intacto. Alexandra le volvió a ofrecer té mientras repasaban los nuevos diseños. Esta vez, aunque hubiese querido decir no, no hubiera podido. Los nuevos diseños eran más que perfectos. Eran ella, Alexandra y su personalidad reflejadas en una combinación maravillosa de telas, tapices, muebles y distribución. Pensaba que los primeros diseños eran buenos pero ahora que tenía antes sus ojos los nuevos se daba cuenta de lo equivocada que había estado. La expresión en su cara fue más que suficiente para que Ana supiese que esta vez sí, había acertado. Ana se sentía increíble, pues los nuevos diseños los había rehecho ella de su mano y corazón…


Cuando Ana y la señora Hillgate se despidieron aquel día ambas sabían que no se volverían a ver. Lo que no sabía ninguna de las dos era cuánto se habían ayudado la una a la otra y que a partir de ese momento la vida de ninguna de las dos sería igual.