Una espanolita en Londres

Una espanolita en Londres
Camden Town Girl...o sea, yo

Fabio, yo y mil historias inventadas contrarreloj

Yo, españolita, treintañera y con ganas de hacer algo diferente en mi vida, he decidido, por fin, poner por escrito las millones de historias y fantasías que pasan por mi cabeza... ¡en forma de reto!

Fabio, un hombre argentino aficionado a la literatura si cabe más que yo, me manda sus historias y cuentos desde hace poco, y yo le correspondo con las mías. Alguien a quien no conozco, una conexión difícil de explicar...

El reto es, cada vez que reciba un texto de Fabio, he de contestarle en menos de 24h, con una historia totalmente nueva y original...

¿Podré seguir el ritmo? ¿Será mi imaginación tan fantasiosa como siempre he pensado? ¿O no seré más que otra españolita en Londres que se piensa que, por estar en esta ciudad tan libertaria, puede hacer cualquier cosa que se proponga? ¡Este blog me sacará de mis dudas! :>


lunes, 6 de enero de 2014

Volviendo a empezar, o escribir, lo mismo da

Queridos seguidores y lectores de este blog: he vuelto a coger los bolis, lapices, teclado del ordenador de turno, lo que sea que hay a mano para escribir. !He vuelto a escribir! No quepo en mi de gozo y alegría. Eso si, paciencia tendreis que tener ya que ando bastante oxidada. 

Aquí os dejo lo último que escribi, hace ya más de un mes. Me daba verguenza colgarlo pero al final me he animado.

Espero que disfrutéis un rato. Hasta pronto....espero ;>


ANA Y LA SENORA HILLGATE

El casi perpetuo gris londinense era el complemento perfecto para su carácter responsable. Ana no podía evitar sentirse secretamente contenta por la bajada de temperaturas y el final de un verano que a ella se le antojaba demasiado largo para su Londres gris.

Enlatada en el metro con gente ojerosa y medio dormida, dirigiéndose al trabajo aquella mañana, Ana no podía sospechar que aquel día iba a ser muy especial. Ese día por fin iba a ser ascendida al puesto de gerente de proyectos que durante tanto tiempo había estado anhelando. Desde que casi dos años atrás había entrado en la empresa de diseño de interiores donde trabajaba Ana había estado preparándose para este momento. Era su puesto soñado, tener su propio abanico de proyectos y dirigir a los equipos a cargo de llevarlos a cabo.

Exactamente a las once de la mañana Ana recibió la noticia. El resto del día lo paso en una nube recibiendo merecidas felicitaciones de sus compañeros y mandando emails y mensajes a sus amigos y familiares con la buena nueva. Al final del día, quedó con su mejor amiga en Londres para ir a cenar y tomar un buen vino como celebración. Ana se metió en la cama aquella noche con la sensación de que el mundo podía ser justo algunas veces y que no siempre era un horrible lugar en el que vivir.

Durante los meses que siguieron a su ascenso Ana trabajó muy duro. Quería demostrarle a todo el mundo que podía manejar perfectamente bien su nuevo trabajo. En general, todo iba bien. Entregaba todo siempre a tiempo y, a parte del típico roce aquí y allá con alguno de los proveedores, todo iba acorde a lo planeado. Sin embargo, había un proyecto que se le atragantaba. Lo curioso era que no tenía nada que ver con los proveedores o con que el diseñador hubiese malinterpretado sus directrices. No, esta vez tenía que ver con el cliente. La clienta, para ser más específicos. La señora Alexandra Hillgate. Ana se había reunido con ella en varias ocasiones para averiguar qué era exactamente lo que aquella señora estirada y llena de joyas realmente quería para el magnífico salón de su imponente casa de Chelsea. Normalmente Ana era muy buena interpretando los deseos de sus clientes. Pero la señora Hillgate la tenía completamente confundida. Dos veces ya había tenido que mandar rediseñar el dichoso salón. Y aún no estaba segura de haberlo conseguido. Hoy se reunía con la señora Hillgate a las tres de la tarde y aunque deseaba de corazón que este fuese el diseño definitivo algo le decía que iba a tener que mandar rehacerlo…

La señora Hillgate contemplaba impasible desde su ventana cómo nada ni nadie pasaba por la calle. Esta zona de Chelsea era tan aburrida, tan residencial. Ella la odiaba a muerte. Recordaba sus tiempos jóvenes cuando vivía en el corazón de Mayfair y todo era ruido y gente y eventos a los que acudir. Pero desde que su marido se empeñó en trasladarse a Chelsea para huir del centro y los turistas hace ya dos décadas su vida y ella habían cambiado tanto que apenas se reconocía. A sus 53 años Alexandra Hillgate se sentía tan vacía y aburrida que ojalá se muriese.

Depresión. La palabra mágica con la que hoy en día todos los médicos clasificaban la tristeza humana. Les daba igual que hubiese un motivo perfectamente definido para esa tristeza. Les daba igual que la solución fuese tan fácil como que alguien, por ejemplo su marido y sus hijos, le prestasen algo más de atención y la sacasen por ahí de paseo más a menudo. En vez de eso la receta habían sido unas pastillas, gran novedad, y la recomendación de hacer algo con su tiempo que implicase un cambio. Así que ahí andaba ella intentando cambiar la decoración de su salón, que por cierto a ella le encantaba tal y como estaba, con tal de tener contentos al médico, su marido y sus hijos.

Exactamente a las tres en punto sonó el timbre. Por Dios que aquella muchacha era puntual. Puntual y eficiente. Todo en ella era eficiencia, seriedad y responsabilidad. Era simplemente perfecta. La verdad es que la chica, Ana creía que era su nombre, le resultaba muy curiosa porque era exactamente lo contrario a lo que ella había sido de joven. Mientras que ella había sido siempre jovial y parlanchina esta chica era silenciosa y compuesta. Cierto era que sonreía mucho y era muy amable, pero no tenía nada que ver con su risa pícara y verborrea graciosa de cuando era joven. Pero ,quizás, lo que más le llamaba la atención era que debajo de su apariencia seria y responsable la chica sentía verdadera pasión por su trabajo. Alexandra no se acordaba de cuando había sido la última vez que había sentido verdadera pasión por algo. Probablemente no había sentido jamás pasión por nada. Quizás por eso no hacía más que poner pegas a los diseños que la muchacha le traía. Que por cierto eran todos buenos y cualquiera le hubiese servido para su salón. Gracias a su aparente disconformidad con los diseños Ana tenía que volver a su casa una y otra vez, así ella tenía tiempo para resolver el puzle de la chica seria y responsable llena de pasión.

Como en la última visita no había averiguado nada, Alexandra había decidido que hoy sería más directa y le haría preguntas algo más personales para ver si así conseguía averiguar de dónde venía esa pasión por su trabajo. Le ofreció té para crear una atmósfera más distendida, que la chica aceptó con una de sus correctas sonrisas, y Alexandra se lanzó a preguntarle sobre sus orígenes y su infancia. Tal y como había previsto la chica se sintió un poco acorralada al principio pero poco a poco se fue soltando. Le contó que era española, cosa que ya había podido deducir por su acento, y que había tenido una infancia muy común, sin nada reseñable. Parece ser que provenía de una familia trabajadora de clase media y que había tenido que trabajar mientras estudiaba en la universidad, empresariales, para pagarse sus caprichos y extras. Se trasladó a Londres para terminar su carrera con una beca Erasmus y por casualidad había caído en esta empresa de diseño de interiores donde había averiguado que se le daba muy bien traducir los deseos de los clientes en algo tangible. Pero sobre todo, parece ser que lo que más le gustaba era sentirse independiente y capaz de hacer algo por sí misma. Al final de la conversación la chica tenía una sonrisa de oreja a oreja y un brillito en los ojos de felicidad que la señora Hillgate todavía no había visto hasta ahora…

Como Ana bien había previsto, el diseño no era del gusto completo de la señora Hillgate. Así que la tendría que ver al menos una vez más. Bueno, no pasaba nada. La mujer tampoco era tan estirada después de todo. Le había ofrecido té y se había interesado por su vida. Algo que por cierto era la primera vez que le pasaba. Normalmente sus clientes no estaban interesados en quién era ella o de dónde venía o por qué le gustaba tanto su trabajo. Normalmente estaban interesados en que hiciese su trabajo lo antes posible para ellos poder volver a sus vidas normales. Pero esta sensación de que se interesasen por ella le había gustado. Le ayudaba a crear un vínculo especial con el cliente que quizás podría ayudarle a ella a hacer mejor su trabajo. Pero lo más importante es que le ayudaba a saber más que nunca quién era y a sentirse muy orgullosa del camino que había recorrido hasta ahora. Inesperadamente, en cuanto estuvo de vuelta en su oficina, Ana cogió un lápiz y empezó a hacer ella misma los cambios en el diseño. Cuando terminó y dejó el lápiz sobre la mesa, Ana cayó en la cuenta de que esta era la primera vez que ella misma se lanzada a rediseñar. Normalmente era uno de los dibujantes el que lo hacía, siguiendo su lista de cambios detallada en un email. Ana se sintió extraña, ajena a sí misma, pero de repente poderosa, pues acababa de descubrir que era capaz de hacer cosas sin planificación previa, cosas que nunca pensó que podía hacer sin un plan detallado y responsable por el medio…

Dos horas más tarde Alexandra seguía sentada en el mismo sofá donde Ana la había dejado. No se podía creer el descubrimiento tan importante que acababa de hacer y las consecuencias que tendría en su nueva vida. Había resuelto el puzle de la chica seria y responsable llena de pasión: independencia. En el transcurso de su conversación Alexandra se había dado cuenta que la fuerza de Ana residía en su independencia y su capacidad de hacer cosas por sí misma. Aparte de su seriedad y responsabilidad, Ana era ante todo una mujer independiente que se sacaba las castañas del fuego a sí misma sin ayuda de nadie. Justo lo que ella no había sido capaz de hacer en toda su vida. Todavía hoy seguía esperando a que su marido y sus hijos le solucionasen su tristeza. No. Ella misma era la solución a su tristeza y nadie más le iba a enseñar la luz. A partir de hoy sería diferente, la fuerza del cambio saldría de ella misma y de nadie más. A partir de hoy tendría ella el poder sobre su propio destino…

Cuando Ana y la señora Hillgate se volvieron a reunir una semana después el brillito de los ojos de Ana seguía intacto. Alexandra le volvió a ofrecer té mientras repasaban los nuevos diseños. Esta vez, aunque hubiese querido decir no, no hubiera podido. Los nuevos diseños eran más que perfectos. Eran ella, Alexandra y su personalidad reflejadas en una combinación maravillosa de telas, tapices, muebles y distribución. Pensaba que los primeros diseños eran buenos pero ahora que tenía antes sus ojos los nuevos se daba cuenta de lo equivocada que había estado. La expresión en su cara fue más que suficiente para que Ana supiese que esta vez sí, había acertado. Ana se sentía increíble, pues los nuevos diseños los había rehecho ella de su mano y corazón…


Cuando Ana y la señora Hillgate se despidieron aquel día ambas sabían que no se volverían a ver. Lo que no sabía ninguna de las dos era cuánto se habían ayudado la una a la otra y que a partir de ese momento la vida de ninguna de las dos sería igual.

martes, 18 de diciembre de 2012

Después de la eternidad, la duda

Hola a todos los que estais por ahí ahora mismo leyendo estas líneas.

Hacía una eternidad que no escrbía una historia. Porque no tenía tiempo. Entonces una buena amiga me dio un muy buen consejo: escribe en las interminables horas que pasas en el tren cada día camino del trabajo.

Y le hice caso.

Y escribí la historia que os traigo hoy.

Se titula "La Duda". Es una historia más larga que todas las anteriores. Aún así, espero que tengáis la paciencia de leerla hasta el final y que os guste, o como poco, que os entretenga un ratito :>

LA DUDA

La enviaron fuera de casa cuando tenía trece años. Nadie le acompañó en el viaje. María se sentía sola en el abarrotado vagón de tren. Mirando por la ventana todo el trayecto su cerebro no registraba la belleza del paisaje pirenaico. María no sabía que hacía en ese tren. No entendía nada. No sentía nada.

Le costó tres meses empezar a enfadarse, y tres más sentir el deseo de no hablar a sus padres nunca más. Nadie le había dado una explicación del porqué de ese viaje, ese cambio. Pero le gustase o no allí estaba, en casa de su tía, viviendo con ella, casi una extraña.

Su tía Victoria era hermana de su padre, unos años mayor que él, pero muy diferente. Mientras su padre era tímido y reservado, cualidad que María había heredado al completo, su tía Victoria era parlanchina y alegre. Precisamente todo ese ruido y sonrisas alrededor de ella era lo que hacía que María se sintiese extraña, fuera de lugar. Porque si su padre era tímido y reservado, su madre era un misterio. María se daba ahora cuenta de que en realidad no sabía cómo era sus padres, quiénes eran sus padres.

Al lado de su tía Victoria, María se sentía perdida entre tanto alboroto. La enviaron con ella un Junio, justo después de acabar las clases. Por eso no se enfadó desde el principio, porque pensaba que duraría sólo ese verano. Pero en Septiembre se sentó en su nuevo pupitre, entre miradas curiosas y sonrisas de bienvenida. Más sonrisas y alboroto para que se sintiese más extraña aún en ese nuevo mundo. Entonces se empezó a enfadar, aquello iba en serio. Hasta Navidades no vio a sus padres. Los recibió con frialdad y una expresión desafiante que no desapareció en la semana en que sus padres permanecieron con ella y su tía Victoria. El día de Año Nuevo se marcharon, María aún fría y desafiante. Entonces acertó a ver la lágrima que resbalaba por la mejilla de su madre. La primera y la última. Sus padres se mataron en un accidente de tráfico dos meses después.

Cinco años después María no se creía que estaba escuchando la que era su primera clase de carrera. No se lo creía porque le había costado mucho llegar hasta allí. No por notas, no. María era inteligente y aplicada. Sino por su tía Victoria, a la que no le hacía mucha gracia que María fuese a la universidad. Desde el principio María quería estudiar la carrera de Ingeniería Industrial en Zaragoza, pero su tía se opuso frontalmente. Sólo consiguió convencerla cuando María le propuso estudiar en Huesca. Su tía acabó accediendo entre protestas.

Para María convencer a su tía era un deber, pues no contemplaba otro escenario que no fuese el de irse de casa a estudiar. María quería empezar de cero, tener su propia vida y dejar por fin atrás su pasado de hija huérfana y abandonada. Los años no habían ablandado sus sentimientos con respecto a sus padres. Todavía sentía que fue abandonada a traición, sin razones. Y lo peor es que sus padres murieron antes de que reuniera el valor para preguntarles por qué. Por qué. Por qué. Por qué. La pregunta que siempre viajaría con ella y que para más irritación su tía Victoria se negaba a responder, argumentando que lo pasado pasado está y mejor dejarlo tranquilo.

En aquella enorme aula, tratando de entender argumentos matemáticos, María sentía que estaba comenzando algo nuevo. Por fin. Sus asignaturas favoritas eran todas las relacionadas con la física, especialmente mecánica de cuerpos le entusiasmaba. Y se le daba realmente bien. María enseguida se dio cuenta de que destacaba con respecto a sus compañeros. Entendía todo a la perfección, sabía cuáles eran las soluciones a los problemas planteados, daba igual lo difíciles que fueran. Así que todos los sobresalientes y matrículas del primer parcial fueron para ella, y sólo para ella, marcando una ancha brecha con respecto a sus compañeros… excepto en mecánica de cuerpos, donde el tablón de anuncios decía “Personarse en el despacho del Dr Lafuente”.

María frunció el ceno y curiosamente intrigada fue hasta el despacho del Dr Lafuente, su profesor favorito. El Dr Lafuente era el profesor de Mecánica de Cuerpos, un hombre serio pero cercano de unos cuarenta y muchos o cincuenta y pocos años, difícil saberlo. María llamó a la puerta con más energía de la que tenía intención. La invitación a entrar no se hizo esperar. María abrió la puerta para entrar a un despacho extrañamente limpio y ordenado, justo lo contrario de lo que uno espera de un profesor académico. Aceptó la invitación a sentarse en una rígida y fría silla.

El Dr Lafuente la contemplaba como un viejo conocido, algo que dejó a María bastante descolocada. Justo cuando María se recuperaba de su asombro y reunía las palabras en su boca, el Dr Lafuente le dijo sonriendo: “Vaya, María, realmente eres hija de tus padres”.

María, estupefacta, balbució “¿Cómo? No, no entiendo”

El Dr Lafuente perdió su sonrisa para dar paso a una expresión de extrañeza: “Me refiero a que has heredado la habilidad de tus padres para la mecánica y la ingeniería. Tu examen es absolutamente perfecto. La última vez que vi un examen así resuelto fue hace 30 anos, por tus padres”.

El corazón de María latía tan fuerte, sus manos estaban frías, su mente estaba paralizada. Realmente no entendía nada. La expresión de extrañeza del Dr Lafuente pasó a convertirse en gesto de preocupación, pues se dio cuenta de que aquella chiquilla bajita y menudita que tenía enfrente no tenía ni idea de lo que estaba diciendo. “Perdona, pero tú eres María Crespo Villa, hija de los doctores Ramón Crespo y Olga Villa, ¿no?” “Sí”, acertó a decir María, “esos eran mis padres. Es solo que”, María tragó saliva y miró al Dr Lafuente a los ojos: “es solo que no sabía que fueran doctores de nada”.

El Dr Lafuente se quedó mudo. “¿Tus padres nunca te lo dijeron? ¿Ni tu tía Victoria tampoco? Vaya, siempre supe que su intención era protegerte dejándote al margen de todo, pero no tenía ni idea de hasta qué punto llegaba el sentido de sus palabras”.

Los dos se quedaron en silencio unos segundos, mirándose, cuestionándose con los ojos. María no se podía creer que después de tantas preguntas sin respuesta, después de tantos años de incógnitas, aquel hombre enfrente suyo, su profesor favorito, tuviese todas las respuestas. Tuviese en su corazón la historia que le pertenecía a ella. Viendo en aquél hombre la oportunidad con la que siempre había soñado de aclarar los misterios de su pasado, María clavó sus ojos en los de él y se confesó: “Dr Lafuente, como usted ya sabe, mis padres murieron en un accidente de coche hace ya más de cinco años. Por desgracia, murieron antes de que pudiese llegar a conocerles, de que pudiese llegar a preguntarle por qué me mandaron al Pirineo con mi tía Victoria. De ellos se muy pocas cosas. Me querían mucho pero ambos eran muy introvertidos y reservados. Recuerdo el despacho donde ambos trabajaban lleno de planos y cálculos. Siempre asumí que mis padres eran ingenieros de algún tipo, y mi tía Victoria nunca se molestó en corregirme o afirmarme que así era. Claramente, usted conocía a mis padres y deduzco que bastante bien, ya que por lo que ha dicho sabe de mi tía Victoria y que yo vivía con ella”. Tomó una breve pausa antes de confesar: “me gustaría mucho saber acerca de mis padres, qué eran, quiénes eran. ¿Podría usted ayudarme?”

El Dr Lafuente, serio pero sereno, puede que hasta enfadado, le dijo: “siempre les advertí a tus padres que tanto secretismo en torno a ti no era bueno y que las cosas acaban saliendo siempre a la luz. Ellos siempre creyeron que de esta forma te protegían, pero yo les argumentaba que la mejor manera de protegerte era contándote toda la verdad, que tuvieses todas las cartas en tu mano para que llegado el día pudieses usarlas como mejor creyeras”.

María le interrumpió: “perdone, pero no entiendo de qué me tenían que proteger mis padres. No entiendo nada”

“Lo siento María, voy demasiado deprisa. Empezaré desde el principio”.

EL Dr Lafuente se aclaró la garganta y empezó a contarle a María la historia que durante tanto tiempo había deseado oír:

“Me llamo Jorge Lafuente y soy, perdón, era el mejor amigo de Ramón y Olga, tus padres. Juntos hicimos la carrera de Físicas en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Zaragoza. Los tres éramos los mejores del curso. Aunque la verdad sea dicha, nunca pude competir con tus padres, ellos estaban en otro universo, eran increíbles. Su facilidad para la física y las matemáticas era casi irreal. A nadie le sorprendió que acabasen juntos, ya que dudo que haya nadie en este mundo que viese las cosas como ellos lo hacían. Se especializaron en Física Nuclear. Empezaron a trabajar en sus doctorados apenas recién graduados y al poco tu madre se quedó embarazada. Así que te tuvieron en su primer año de doctorado. Recuerdo que eso fue duro para ellos. Siempre bromeaba y les decía que cómo podía ser que fuesen capaces de navegar por las entrañas de universo con tanta facilidad pero que fuesen incapaces de saber por qué tu llorabas o reías o dormías. Tu tía Victoria les ayudó mucho contigo en aquella época. Hasta que acabaron el doctorado, la verdad sea dicha. Hasta aquí todo fue felicidad, y cotidianidad, supongo.

“Entonces ocurrió lo inesperado. Una de las teorías que tu padre había formulado durante el doctorado y que tu madre ayudó a demostrar resultó tener aplicaciones armamentísticas. Mientras tus padres desarrollaron esta teoría no se percataron de ello. Nunca. Ni por un momento. Fue a los pocos días de presentar su trabajo en un congreso que una gran corporación armamentística se puso en contacto con ellos para ofrecerles un empleo con un desorbitado salario para trabajar en una nueva generación de armas nucleares. Tus padres estaban horrorizados, totalmente consternados por las implicaciones de su teoría. Ni que decir tiene que rechazaron el trabajo. Como ellos eran los únicos en posesión de la teoría y demostración completas, decidieron no publicar su trabajo. En el congreso no habían explicado la demostración completa, sino sólo unos pocos puntos sobre ella, invitando al público a leer su artículo con la demostración detallada una vez publicado. Por lo tanto, simplemente no publicando su trabajo ellos pensaban que nadie podría usarlo para la monstruosa aplicación armamentística.

“Aquello cambió a tus padres. Se volvieron aun más reservados e introvertidos de lo que eran, sobre todo tu madre. Dejaron de ver amigos, prácticamente se encerraron en casa. Y lo malo es que la cosa no acabó allí. A los pocos meses alguien entró en el departamento de la universidad donde ellos trabajaban y robaron ordenadores, equipos. Tus padres se empezaron a emparanoiar pensando que el episodio era por culpa de ellos y su trabajo, que quien hubiese entrado iba detrás de su teoría más demostración. La verdad es que nunca se supo. No fue el único departamento de la universidad que sufrió robos por aquella época. Hubo otros. Pero tus padres seguían fijos con la idea de que era por culpa de su trabajo y que los otros robos eran para desviar la atención.

“Tus padres siguieron encerrándose en casa, trasladaron sus ordenadores y equipo más ligero a casa y sólo pisaban la universidad cuando era absolutamente imprescindible. Tú te ibas haciendo mayor y obviamente consciente del mundo a tu alrededor. Por lo que decidieron mantenerte al margen de todo. Yo veía lo reservados que eran contigo y me parecía mal. Yo solía argumentar que qué mal hacían en decirte que eran físicos nucleares, investigadores de primera línea. En fin. Yo apenas iba por vuestra casa porque la verdad es que me enfadaba. Así que prácticamente sólo les veía en la universidad cuando venían.

“Bueno, el caso es que pasaron los años y todo seguía igual con tus padres. Ellos encerrados, tú totalmente excluida del mundo…”

El Dr Lafuente se perdió unos segundos en una mirada sin concretar, pero enseguida encontró los ojos de María otra vez. “Hasta la última Semana Santa que vivieron. Entonces sí ocurrió algo. Tu madre volvía una tarde-noche de la universidad y fue atacada a unos metros de llegar al portal. Le robaron todo, no sólo el bolso y joyas sino también el portafolio donde solía llevar su portátil y papeles del trabajo. Tus padres se pusieron histéricos, decían que cuál era el motivo para robar el portafolio. La policía les decía que si el portafolio era de calidad, de piel, como era el caso, era normal que lo hubieran robado. Además, siempre podía contener un portátil, como también era el caso. Tu madre insistía e insistía que no era un robo normal, que era algo más.

“La cosa tomó un cariz muy feo. Su paranoia fue en desproporcionado aumento. Veían gente sospechosa que según ellos les seguía por todas partes. En fin, la cosa llegó a un punto tal de histeria y paranoia que decidieron mandarte con tu tía. Decían que arriba en las montanas con ella estarías alejada y aislada de todo.

“Yo estaba muy preocupado por tus padres. Claramente necesitaban ayuda. Así que me propuse ayudarles para de una vez convencerles de que todo eran sospechas infundadas. Me pegué a ellos como una lapa. De hecho, me fui a vivir con ellos. Les acompañaba a todas partes y cuando según ellos alguien nos estaban siguiendo iba yo y me encaraba con esa persona. Ni que decir tiene que siempre resultaban ser personas normales. Aún así y todo, tus padres no podían quitarse de encima la sensación de estar vigilados, observados…

“Entonces llegó el accidente que cambió todas nuestras vidas. Ese día veníamos de hecho aquí, a la universidad de Huesca, a una reunión con uno de nuestros colaboradores. Los tres íbamos cargados de equipo y papeles así que no cabíamos los tres en mi coche, que es muy pequeño. Por lo que decidimos ir en el de tus padres, que era más grande. Ellos iban sentados delante y yo atrás. Todo transcurría con la normalidad debida hasta que a mitad de camino a Huesca más o menos tu padre anunció que creía que alguien nos seguía desde hacía unos diez minutos o así. A unos cien metros detrás de nosotros había un todoterreno negro de cristales tintados que iba en nuestra misma dirección. Yo tranquilicé a tus padres y les dije que calma, que sólo faltaban veinte minutos para llegar a nuestro destino. Todos nos clamamos hasta que cinco minutos después el todoterreno negro se empezó a acercar. Tu padre empezó a acelerar, íbamos muy deprisa. Según ellos el todoterreno nos recortaba distancia. Yo la verdad no se qué pensar. Era un caos, tus padres gritaban, yo intentaba calmarlos…”

Los ojos del Dr Lafuente estaban enrojecidos, María se dio cuenta. Obviamente el Dr Lafuente estaba haciendo un verdadero esfuerzo para no echarse a llorar delante de ella.

“… y entonces nos chocamos, con un camión que había delante y que iba justo a pasar de carril cuando nosotros lo hacíamos también. Salimos despedidos, dimos mil vueltas de campana… Tus padres… Tus padres no salieron vivos. Y yo salí de milagro. Estuve seis meses en el hospital y dos años hasta que me rehabilité completamente. No perdí una pierna de milagro. Todo mi cuerpo grita de dolor cuando hay humedad en el ambiente… Lo peor es la herida sicológica. Aún voy al sicólogo. Aunque no sé para qué, no creo que nunca lo supere.”

Los dos se quedaron callados unos segundos que parecieron toda una vida. María rompió el silencio: “¿Cómo acabó aquí en Huesca, Dr Lafuente?”

“Bueno, simplemente no podía quitarme de la cabeza a tus padres. Todo me recordaba a ellos. Además me sentía culpable. Culpable porque no supe ayudarles. Luego empecé a emparanoiarme yo también. Se me metió en la cabeza la idea de que cómo podía ser que dos personas con la inteligencia de tus padres pudiesen imaginar todas esas persecuciones, todo ese acoso. Debía haber algo detrás de ese convencimiento, algo real, verdadero. Fue en ese momento cuando me di cuenta de que necesitaba cambiar de vida y huir de todo aquello. Así que moví hilos y me vine aquí con una plaza de docencia. No hago nada de investigación, así no pienso. El cambio me vino muy bien. Realmente bien. Todo iba estupendamente. Entonces vi tu nombre en la lista de alumnos. Supe que eras tú desde el primer momento que te vi en clase. Te pareces mucho a tus padres, tienes cosas de ambos. Había decidido permanecer en el anonimato pero tu examen me hizo cambiar de opinión. Te mereces saber tu historia y lo extraordinarios que eran tus padres. Espero que esto haya servido para algo. Espero no haberte confundido o entristecido.”

María sonrió levemente por primera vez desde que estaba en ese despacho. “No sabe cuánto tiempo he estado esperando a oír esta historia. Cuántas veces le he rogado a mi tía Victoria que me diese respuestas. Cuánto he anhelado saber la historia de mi vida. Le estoy sinceramente agradecida Dr Lafuente.”

El Dr Lafuente esbozó un atisbo de sonrisa y dijo: “Ha sido un placer María.”

“Sólo tengo una última pregunta antes de irme, Dr Lafuente, si no le importa” “No, no, adelante por favor” “Por lo que me ha contado usted era una persona importante en la vida de mis padres. ¿Cómo es posible que no le recuerde, ni siquiera vagamente?”

El Dr Lafuente sonrió y abrió uno de los cajones de su mesa, del que sacó un álbum de fotografías. Pasó páginas adelante y atrás hasta que dio con la adecuada. “¿Recuerdas a esta persona?” Señaló a un hombre bastante regordete, sin gafas, sin barbas y muy sonriente.

“Sí, sí le recuerdo, solía venir por casa y jugar conmigo. Pero dejó de venir cuando me hice más mayor. Como siempre, fue un misterio lo que pasó con él, como todo lo demás en mi vida”.

El Dr Lafuente sonrió complacido. “Ese hombre soy yo”

“¿Cómo?” María miraba a la foto y después al Dr Lafuente. Lo hizo repetidas veces, hasta que por fin lo vio, los hoyuelos al sonreír. “¡Ha cambiado usted tanto!”

“A raíz del accidente cambié mucho físicamente. Adelgacé mucho, mi vista se vio afectada por lo que ahora necesito gafas. Me dejé barba. Y dejé de reír tanto” Le guiñó un ojo a María y los dos rieron.

“¿Le importaría que viniese de vez en cuando a su despacho y pasase tiempo con usted?”

“Claro que no María, me harías muy feliz. Sólo te pido una cosa: que dejes de tratarme de usted y me llames Jorge” Ambos rieron.

“Lo prometo, Jorge. No más Dr Lafuente” Riéndose, María fue hasta la puerta. En el momento en el que giró la manivela se volvió reticente e hizo una última pregunta. “¿Tú qué crees, que piensas ahora desde la distancia? ¿Mis padres estaban realmente paranoicos o había algo de verdad en su paranoia?”

El Dr Lafuente, muy serio, respondió: “No lo se María. Y sinceramente, no lo quiero saber. Te aconsejo que sigas con tu vida y lo olvides. Fuera lo que fuera, nunca lo sabremos y quedó ya atrás”

María asintió. “Gracias Jorge, lo intentaré”

María emprendió su camino a casa de todos los días. Hoy le tocaba ir al supermercado a por leche, pan y un par de cosas más. Empezó a chispear, por lo que María abrió su paraguas. Un segundo más tarde y el paraguas no le habría tapado la vista. Un segundo más tarde y le hubiera dado tiempo a ver a un tipo fuerte y bien vestido que la observaba desde una esquina y que en el momento en que María abrió su paraguas sacó su móvil del bolsillo para hacer una llamada.

“Yes Sir. I’m on the target, Sir. Will do Sir”

La lluvia arreciaba. Casi corriendo, María se encaminaba deprisa hacia el supermercado…

jueves, 19 de abril de 2012

La 32 o mi nueva edad

Hola a todos

Va siendo ya costumbre empezar mis entradas con una disculpa estúpida de porqué hace tanto tiempo que no escribo. Esta vez no insultaré a vuestra inteligencia y directamente os comunico que tengo una nueva edad, desde ayer, y que la ocasión merecía inventarse una historia ;>

Sigo en contacto con Fabio, gran hombre. Esto es lo que opina de mi cuento número 30, Mark Colt:

"Te felicito por tu cuento, Elena. Progresaste muchísimo. Pobre Mark, todo lo que tuvo que pasar para llegar al éxito."

Dentro de poco estrena libro, os daré su título y cómo se puede conseguir :>

Sin más preámbulos, aquí va la historia número 32 inventada contrarreloj. Espero que os guste o, como poco, que os entretenga un ratito ;>




LA MARÍA JESÚS

LA PELUQUERA:
Qué raro se me hace que la María Jesús no apareciese hoy. Viene todos los martes como un clavo a las 10 de la mañana. De un martes para otro me reserva la cita. Cuidado, no es que me haya fastidiado, sinceramente la peluquería anda más vacía que llena estos días. Pero se me ha hecho raro, muy raro. Y sin llamar ni nada para cancelar. Con lo cumplida que es la María Jesús. Aunque lo que digo, por mucho que me hubiera cancelado no habría yo rellenado ese hueco de ninguna manera. Qué pena de tiempos, anda la gente muy achuchada y claro, lo de los pelos al fin y al cabo es un lujo, bien mirado….
Ahora que caigo, igual anda visitando a su hija la que vive en el extranjero. La María Jesús tiene una hija que se le marchó por Alemania hace ya unos años. Muchos, como dice la María Jesús. Lo dice la pobre con una pena que aunque ella intente disimular se le nota. Yo lo sé bien porque mi sobrino también se marchó al extranjero va para los 3 años ya y mi hermana la pobre aún no lo ha superado. Ni creo yo que lo vaya a superar siendo como es hijo único mi sobrino. Por lo menos a la María Jesús le queda un hijo aquí. El chico está soltero, ni novia ni nada, pero aún así vive solo en su casa. Se ve que es muy independiente. Y debe viajar mucho por trabajo. Pero al menos está aquí por si la María Jesús algún día necesita algo. Porque pobrecica la María Jesús mira que enviudó joven. Por lo menos hará ya 15 años que se le mató el marido. Con lo maja y cumplida que es. En fin, así es la vida hija mía.
Pues sí, eso debe ser, la María Jesús debe andar visitando a su hija la que anda por Alemania porque sé que va todos los años por estas fechas a verla. Una madre es una madre y su hijica por muy lejos que ande, su hija es…

LA VECINA:
Ahora que me fijo en el buzón lleno de cartas de la María Jesús caigo en la cuenta de que hace ya unos día que no coincido con ella. Y mira que vivimos en el mismo rellano y casi todos los días nos vemos. En fin, andará liada la mujer. Aunque se me hace raro lo del buzón ahora que lo pienso. Por muy liada que estuviese digo yo que las correspondencia la seguiría cogiendo…
Pues entonces es que no está. Además no se oye ni un suspiro en la casa. Ni ruido de cacerolas ni de ducha ni de tele. Pues eso es que no está. ¿Y dónde andará pues? Si casi nunca va a ningún sitio…
Entonces, ¿sabes qué te digo? Que me alegro por ella. Sí, me alegro por la María Jesús. Que se vaya por ahí de parranda y se lo pase bien y se eche unos cuantos bailes. Y si me apuras, que conozca a un buen hombre, al menos tan bueno como su difunto marido lo era, y que vuelva a tener un amor en la vida. Porque la María Jesús se lo merece. Sí señor. Se lo tiene muy merecido. Que la pobre anda muy sola. Una hija por allá lejos y el otro hijo que está aquí pero como si no estuviera, porque viene bien poco a ver a su madre. Vergüenza le tendría que dar, estando su madre solica como está. Pero bueno, así es la vida hija mía, un asco a veces.
Pues ale, me voy a olvidar ya de la María Jesús que bastante tengo con lo mío. Cuando vuelva de sus merecidas vacaciones ya le preguntaré qué tal ha ido todo. Pero sin parecer muy curiosa oye, que no quiero yo que piense que me estoy metiendo en su vida…

EL HIJO:
Llamada perdida. Fijo que es mi madre. ¡Qué pesada que es! Como hace ya casi 10 días que no voy por casa y casi otros tantos que no hablamos pues estará ya histérica. Mira que sabe que no me gusta andar todo el día llamando. Además estoy liadísimo en el curro y más que lo voy a estar. Desde mañana casi una semana viajando. Bah, se va a poner mi madre que para qué. Y aún se pondrá peor mi hermana. ..
Más de dos semanas sin vernos. Ya ves. Más tiempo está mi hermana sin ver a su madre. Con eso de que está lejos me tengo yo que comer el marrón de hacerle compañía y estar pendiente de ella. Mi hermana, con llamar dos veces por semana ya cumple. Y yo, que si la tendría que llamar todos los días y que si le tendría que ir a ver un par de veces por semana…
Veamos a ver de quién es la llamadita. Mi hermana. Mierda. Ya me llama para echarme la bronca y decirme lo mal hijo que soy. No te jode, ¿y ella? ¿Qué clase de hija y hermana es ella que se fue para triunfar en su carrera y vivir a todo trapo en Alemania mientras mi madre y yo seguimos aquí batallando el día a día? Mira, cuando me llama para echarme sus sermones no la aguanto. Me entran ganas de decirle cuatro cosas bien dichas. Pero por mi madre, me callo. Paso de que vea que discutimos. Se disgustaría, y la pobre ya ha sufrido bastante…
Mejor llamo a mi hermana luego. Ahora paso. Estoy de mala hostia y paso de discutir con ella…

UNA SEMANA DESPUÉS…

LA PELUQUERA:
Esta era la hora de la María Jesús. Ay pobrecica no dejo yo de pensar en lo de la María Jesús. Hacía muchos años que no sentía yo tanta pena. Qué mierda de mundo, de verdad qué mierda, ganas le dan a una de mandar todo a tomar viento. Una mujer tan decente y cumplida como la María Jesús, ¿no bastaba ya con lo de su marido digo yo? Esas pobres criaturas ahora sin padre ni madre. Ay de verdad, otra vez se me saltan las lágrimas. Pero lo peor, lo que no se me va de la cabeza es la manera tan miserable en la que murió la María Jesús. Solica, desnuda, sola…
Y yo pensando que estaba visitando a su hija en Alemania. Si la hubiera llamado para ver porqué no había venido, al menos la hubieran descubierto antes. Porque ya decía yo que me extrañaba que la María Jesús no apareciese a su hora y ni llamase ni nada, ¡con lo cumplida que era la María Jesús!
No hay derecho de verdad que no hay derecho. Dos criaturas huérfanas y una buena mujer menos en el mundo, no hay derecho. Y todo por un traspiés, un absurdo trapiés…

LA VECINA:
Desde que me enteré de lo de la María Jesús no tengo yo la cabeza para hacer nada. Ni salir de casa me apetece. Esto me supera, qué tristeza tan grande. Pobre mujer qué pena. Y yo que la hacía por ahí de parranda y hasta conociendo novios y la pobre donde en verdad estaba era muerta en la bañera. Parece ser que se resbaló y se abrió la sien. No somos nada, lo dicen y es que es verdad que no somos nada…
Bueno, me consuelo pensando que allá donde esté estará con su marido, junticos por fin. Con lo que se querían, y lo que sufrió la pobre María Jesús después del accidente. Pobrecica, como un pajarico se quedó y ya no volvió a ser la misma. Bueno, pues así me consuelo, con que están junticos en alguna parte…
Mira, ahora se oyen ruidos en la casa de la María Jesús. Será alguno de los hijos. Desde luego, vergüenza les tenía que dar, sobre todo al hijo. Si hubiese estado en casa con ella, que es donde debería estar, esto no hubiera pasado. Porque estaba muy sola la María Jesús y sus hijos no se ocupaban nada de ella. Eso lo digo yo y todo el vecindario porque es que es así. Es culpa principalmente de su hijo por no estar pendiente de ella. Pobre María Jesús, se murió como vivió: sola.

EL HIJO:
Mi hermana dice que va a llegar 10 minutos tarde porque está en un atasco. Lo suyo es llegar siempre tarde o no estar. En fin, espero que no tarde mucho porque estar aquí solo es prácticamente insoportable. Me viene a la cabeza el día que descubrí a mi madre en la bañera y no puedo, de verdad que no puedo…
Me saldría al rellano pero la urraca esa me mira mal. En realidad todo el mundo me mira mal. Se lo que piensan, no soy imbécil. Piensan que si hubiese estado con mi madre esto no hubiese pasado. Lo que no saben ellos, los muy listos, es que mi madre hubiese muerto igualmente aunque hubiese habido alguien con ella dentro del baño. Fue un caso entre un millón. Resbaló y con tan mala suerte dio con la sien en el borde de la bañera y murió en el acto. Nadie hubiera podido hacer nada por ella…
Manda cojones que me juzguen a mí, y no a mi hermana. ¿Y ella? ¿Dónde estaba ella cuando mi madre resbaló? ¿Dónde estaba ella todos estos años en que mi madre y yo estábamos aquí solos? Pero no, el culpable soy yo porque, al igual que mi hermana, quería hacer mi vida y tener mi casa. De verdad que no puedo con todo este vecindario corto de mente y anticuado…
Espero que mi hermana no tarde en llegar. No puedo estar aquí solo, no puedo. No puedo estar aquí solo como lo estaba mi madre, no puedo…

(Llorando, el hijo va a la cama de su madre, se tumba en ella y sigue llorando, y sigue llorando, y sigue llorando…)

miércoles, 2 de noviembre de 2011

31 o porqué a veces somos tan cobardes

Hola a todos,

Ultimamente me pregunto qué fuerzas estúpidas son aquellas que a veces nos llevan a no hacer aquello que sabemos positivamente que tenemos que hacer. Aquello que, queramos o no, tenemos que llevar a cabo, y que de no ser así nos traerá problemas.

Una posible respuesta es "cobardía". Por el motivo que sea, realizar esa tarea requiere algo de valentía por nuestra parte, desnudar nuestra alma de alguna manera. Y cual viles gallinas nos acobardamos.

La historia de hoy tiene que ver con la cobardía. Espero que os guste :>



BERTA, SIEMPRE TAN COBARDE

Mientras bajaba con su bici a mil por hora por el escurridizo terraplén, Berta deseó con todo su corazón que la bici resbalase. Que resbalase y se diese una buena paliza contra el suelo o una tapia. Y que mientras le curaban su cuerpo malherido y ensangrentado en el ambulatorio el doctor les dijese a sus padres que se tenía que quedar en casa unos cuantos días. Lo que fuese, con tal de no tener que ir al día siguiente al colegio y tener que ver la cara de Mario Labrador.

Pero no se resbaló. Y ella no tuvo el coraje para tirarse. Cobarde. Siempre tan cobarde. Al día siguiente tuvo que verle la cara al maldito Mario Labrador. Y durante un par de años más. Hasta que él acabó el COU y se fue a la universidad. Aún así eso no hizo desaparecer las odiosas imágenes, su sudor sobre su piel, su aliento jadeante sobre su nariz, que aparecían sin avisar al doblar una esquina o al meterse en la cama. Dijo basta. Cuando acabó el instituto Berta se mudó a Madrid.

Veinte años más tarde Berta salía de su casa muy bien arreglada. Había quedado para cenar con su grupo de amigos habitual. La noche de hoy prometía: Alicia iba a presentarles a todos a su novio, ese chico que por fin la había conquistado después de meses de encuentros. La curiosidad de todos se vio al fin satisfecha: Alicia apreció con su nuevo chico, que se llamaba Mario. A simple vista el muchacho no parecía nada del otro mundo, pero sus maneras eran muy agradables y tenía una bonita sonrisa. El chico, que estaba regordete, tenía muy buen saque, y no dejó ni una miga detrás en su plato. A Berta le pareció simpático y educado. La velada transcurrió fluidamente y hasta fotos fueron lanzadas para inmortalizar la ocasión. Berta, que fiel a su carácter no dijo mucho en toda la noche, disfrutó incluso cuando al final todo el mundo empezó a picarla con aquello de que ahora ella era la única soltera del grupo. “A ver si te aplicas Bertita, que ya va siendo hora”, era alguna de las flores que se tuvo que oír Berta. La pobre capeó el temporal como buenamente pudo y cuando todos se retiraron ella hizo lo propio.

Ya en el taxi la sombra se apoderó de ella. Otra vez esa pesadumbre y esa tristeza arraigada en cada célula de su cuerpo: jamás podré confiar en un hombre, jamás podré ser feliz junto a uno. Berta sabía desde aquella funesta noche a sus trece años que jamás podría recuperarse y tener una vida normal. Muchas veces había pensado en terapia, en ayuda sicológica, o incluso grupos anónimos de víctimas como ella. Cobarde. Siempre tan cobarde. Nunca se decidía. Pensaba que era demasiado tarde. Y además creía sinceramente que nada ni nadie podría ayudarle a superar el hecho de que Mario Labrador la violó a sus trece años mientras su hermana Eva y sus amigos se emborrachaban en el salón con la música a todo volumen. Nada más cerrar la puerta de su apartamento Berta se echó a llorar desconsoladamente. Una vez más.

Lo primero que hizo Berta al día siguiente después de desayunar fue encender el ordenador y meterse en el facebook a ver si alguien había colocado fotos de la noche anterior. Efectivamente, ahí estaban. Berta no pudo evitar el sonreír, algunas eran muy graciosas. Entonces, entre sonrisas, reparó en las etiquetas de las fotos. En una concretamente: Mario Labrador López. Un latigazo helado recorrió su espalda. El estómago se le dio la vuelta. Berta fue corriendo al baño a vomitar.

Completa y absolutamente aterrada Berta volvió al ordenador. “No puede ser” murmuraba. “No puede ser. Será una casualidad. Fíjate bien en sus rasgos, anoche no lo reconociste”. Berta analizó al sujeto largamente pero era incapaz de lanzar un veredicto hacia un lado u otro. El Mario Labrador de ahora estaba regordete, medio calvo y canoso y usaba gruesas gafas de pasta. “Tengo que salir de dudas como sea”. “Si fuese mi amigo en facebook podría mirar su información y ver de dónde es. Pero no puedo. ¿Qué hago por Dios? ¿Qué hago?”

Entonces dio con la solución: llamar a su hermana Eva y preguntarle si lo reconocía. Al fin y al cabo Mario Labrador estaba en el curso de su hermana, tres años mayor que ella. Berta se armó de un coraje inusual en ella y seleccionó el número de su hermana en el móvil. Tras cuatro interminables toques su hermana por fin descolgó. “Hombre Bertita, ¿Cómo que me llamas un domingo a estas horas? ¿Cómo estás? Hacía ya días que no hablábamos”. Berta tragó saliva y procuró sonar lo más natural que pudo. “Estoy bien, estoy bien, ya sabes, un poco resacosa, que ayer estuve de cena con mis amigos. Escucha, por eso te llamo precisamente. Resulta que una de mis amigas trajo a su nuevo novio, y oye, que me recuerda mucho a alguien de la época del instituto pero no acierto a saber quién. Se llama Mario. He pensado que te podrías meter en mi perfil del facebook un momento y ver si por un casual tú lo reconoces”. “!Huy que marujas somos!” rió su hermana. “Me meto ya mismo a cotillear, dame dos minutos para que se encienda el ordenador”. Durante los larguísimos dos minutos Eva no paró de contarle cosas, que seguro que tenían alguna importancia u otra, pero ahora mismo Berta no estaba para asimilar ninguna información. No recordaba la última vez que el corazón le latía tan deprisa.

Por fin, Eva le confirmó lo peor: “Si, Bertita, si es alguien que venía la instituto. Un tal Mario Labrador, que iba al mismo curso que yo pero a la otra clase. Es que está tan cambiado, madre mía, pero sí, es él, no hay duda, el hoyuelo de la barbilla le delata completamente. Tengo aquí la orla de COU del instituto y ese hoyuelo es inconfundible ¡Qué ojo tienes! Porque mira que yo no lo hubiera reconocido ni de casualidad”.

Berta simplemente sujetaba el teléfono, incapaz de moverse o pestañear. Entonces reparó en que su hermana hablaba de él como un perfecto desconocido, cuando no lo debía ser tanto si vino a aquella fiesta. “Escucha, ¿pero no erais amigos? Yo creo que ese chico vino a una fiesta que hiciste una vez en casa”. “Bertita, ¿qué dices? ¿Qué fiesta? Que yo recuerde durante el instituto hice como mucho un par de fiestas en casa, y estoy segurísima de que él no estaba allí”. “Vaya, ¿cómo puedes estar tan segura?”. “Estoy segura porque a las dos fiestas invité a apenas diez personas por aquello de que la cosa no se desmadrara y los papás no se enterasen. Estoy segurísima al cien por cien. ¡Si yo con ese chico no he cruzado jamás palabra! Anda Bertita, deja de imaginar cosas”.

Después de colgar con Eva, Berta sentía una confusión indescriptible. Si Mario Labrador no estaba en aquella fiesta, ¿entonces quién se deslizó hasta su habitación, le tapó la boca con la mano y la violó ignorando sus implorantes lágrimas? Berta se obligó a recordar. A cerrar los ojos y recordar el peor día de su vida. Era él, era Mario Labrador el que la violó, no había lugar a dudas. Pero ¿cómo? ¿Cómo fue posible? Esto ya era demasiado para Berta, no le quedaba más remedio que vencer su cobardía y hablar con su hermana, la única persona que también estaba en esa fiesta y podía darle alguna clave.

Berta se plantó en casa de su hermana Eva tras horas de conducir esa misma tarde. Con un aspecto horrible y los ojos desorbitados le contó todo a su hermana, que lloró desconsolada al conocer la pesadilla que vivió Berta, que aún vivía Berta. Tenían que desentramar el misterio como fuese. Se pusieron a ello.

Eva escribió en un papel los nombres de las siete personas que aquella tarde estaban en casa. Eran cinco chicas y dos chicos. Las chicas automáticamente descartadas, toda su atención se centró en los dos chicos. Desenterró viejas fotos del instituto para que su hermana pudiese ponerles cara. Berta se acordaba de ellos perfectamente porque eran buenos amigos de su hermana. Aún eran. Haciendo un esfuerzo sobrehumano de memoria, Eva recordó que uno de ellos se sentó en la mecedora de principio a fin, ni siquiera fue al lavabo. Y recordó que el otro estaba en aquel entonces saliendo con una de sus amigas y que no pararon de hacer manitas toda la fiesta. Y, fin de la historia, recordó que decidieron irse de la fiesta al poco rato, justo cuando Berta llegó, porque querían más privacidad. Es decir, que nadie que estaba en aquella fiesta había violado a Berta. Ahora ni Eva ni Berta entendían absolutamente nada.

Entonces, Eva recordó algo más. Recordó lo exhausta que estaba Berta cuando aquella tarde llegó a casa. Recordaba haberla visto muy pálida y con grandes ojeras. “No me extraña, en aquella época padecí insomnio ¿te acuerdas? Hasta los papás decidieron llevarme al médico porque muchas noches no conseguía pegar ojo lo cual estaba afectando a mis estudios. Así que no me extraña que tuviese aquella cara. Me imagino que me habría pegado un par de noches en blanco. Por eso me fui directamente a la cama en cuanto llegué a casa aquella tarde”. Berta paró de hablar en seco y miró a su hermana, que le devolvió la mirada y exclamó: “Ay Bertita, ¿y si todo fue un sueño? ¿Una horrible pesadilla?” “No no no, no puede ser, no, fue demasiado real, tengo todo grabado a fuego en mi memoria. El violador se metió en mi cuarto, vino hasta mi cama, me tapó la boca con sus manos y me violó.” “Y después, ¿qué pasó?” “Después recuerdo que llorando me quedé dormida…y me desperté al día siguiente. Fin de la historia”. Al finalizar la frase Berta ya no sabía qué creer. Su hermana lo tenía cada vez más claro. “Ay Bertita, que yo creo que todo fue y ha sido siempre una horrible pesadilla. ¿Recuerdas alguna señal en tu cuerpo? ¿Cardenales o arañazos?” “Pues no, la verdad es que no”. Tenemos que dar por zanjado este misterio ya mismo. Déjame llamar a un amigo médico a ver si sabe algo de sueños”. “De acuerdo” murmuró Berta en un confuso hilo de voz.

Después de casi veinte minutos su hermana volvió a la habitación donde estaba Berta y triunfante le dijo: “Bertita, si, todo fue un sueño. Parece ser que lo que tú sufriste fue lo que se llama un sueño vívido. Los sueños vívidos son comunes entre personas que sufren de insomnio, y son tan reales, incluso las sensaciones, que muchos pacientes tienen problemas en saber si fue realidad o sueño. ¡Ay Bertita gracias a Dios! ¡Todo fue una absurda pesadilla! ¡Ya pasó todo!”

Pero Berta no estaba feliz. Estaba muy asustada. ¿Y si éste no fue el único sueño vívido en su vida? ¿Y si algunos de sus recuerdos son solo sueños? Berta se daba cuenta de que necesitaba ayuda. Acudir a un sicólogo. Hablar con alguien que supiese de desordenes del sueño. Ir a un especialista ¡Necesitaba hacer algo!...

Pero Berta no hizo nada.

Berta calló.

Disimuló.

Fingió.

Y sufrió en silencio.

Cobarde.

Siempre tan cobarde.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

En la 30 Fabio se entera

Hola a tod@s!

Alcanzo mi historia numero 30 haciendo honor al título de este blog: ha sido imaginada y plasmada en papel en apenas media hora. Contrarreloj.

Tengo una noticia que daros: le conté a Fabio lo del blog. Y le encantó! Es un senor. Quería hacer de esta entrada algo especial, algo conmemorativo, pero la única conmeroación que puedo hacer es ésta: de no ser por Fabio no estaría aquí compartiendo esta historia con vosotros.

Espero que os guste mucho! :>



MARK COLT

Bajo el diamantino brillo del cielo azul de Febrero, como una paradoja de luz imposible, cayó sobre Mark la atronadora lluvia de flashes. Mark permaneció quieto, impecable, gallardo, como tanto tiempo atrás le enseñaron a posar para las cámaras. Y produjo para sí una sonrisa de paz y orgullo, sólo visible para su corazón. Por fin iba a entrar al Kodak Theatre como nominado, en vez de como una marioneta florero. Ahora iba a ser un participante de la noche más importante de su industria, la del cine. Seguía sonriendo para su corazón, y no pudo evitar volver a ese momento crucial en su vida, tan sólo 17 meses atrás, en el que todo cambió para él y dejó atrás para siempre su vida de permanente adorno de las salas de cine…

Hace 17 meses Mark suicidaba sus desesperadas lágrimas entre las palmas de sus manos. Sentado en su sofisticado salón, Mark lloraba con una tristeza de fondo que le ahogaba. Al mismo tiempo intentaba consolarse a sí mismo. Al fin y al cabo esto le había pasado ya muchas otras veces. Pero sus sollozos se negaban a que matasen sus sueños una vez más. Mark, uno de los 10 actores de Hollywood mejor pagados, quería ser actor. De los de verdad. De los de que marcan la historia del cine. De los que cambian la vida de las personas. No quería seguir siendo ese actor de películas intrascendentes para adolescentes. No quería ser la cara de los posters en las habitaciones de quinceañeras. Desde el principio Mark quiso ser actor de películas que contaban geniales historias protagonizadas por personajes increíbles. Personajes únicos que pasarían a la historia por sus caracteres emblemáticos. Y Mark tuvo claro desde el principio que él, como actor, quería ser el vehículo que hiciese llegar esos personajes al público.

Pero nunca nadie le dio una oportunidad. Nunca nadie se lo tomó en serio. Aparentemente era demasiado guapo y atractivo. Así de rotundo se lo explicó su agente cuando Mark le preguntó hace ya varios años porqué no conseguía los papeles de las audiciones a las que iba. Su agente le dijo que con ese físico tenía que escoger otro tipo de películas. Películas banales, si, pero que le darían un sueldo al fin y al cabo. Y una popularidad. Y una vez que fuese popular y conocido podría optar a participar en esas películas “difíciles” por las que tanta devoción parecía tener. El plan así delineado no pintaba mal. Y Mark accedió a dejarse llevar por su ávido agente.

Tuvo que ponerse muy en forma en el gimnasio, al gusto de la época. Y pasar por una dieta riquísima en proteínas y polvos mágicos varios. Pero dos blockbusters más tarde en menos de 8 meses sirvieron para convencer a Mark de que había hecho lo correcto. La locura de Hollywood le absorbió. Las fiestas, las mujeres, algún hombre, el lujo, el dinero. Y cuando quiso darse cuenta, cuando quiso empeñarse en ser el actor que siempre anheló no había vuelta atrás. Su imagen estaba demasiado explotada y dañada. Ningún director serio le quería en sus películas. Ninguno.

Cuando ya no le quedaban más lágrimas a las que suicidar, cuando la hermosa puesta de sol californiana le abandonaba hasta el día siguiente, Mark cayó en un profundo e hipnótico sueño de casi 12 horas. Se levantó confuso y triste por lo que fue a la cocina a prepararse un café. Sacó de la nevera los ingredientes para su mañanero batido concentrado rico en proteínas. Y se paró en seco. El cristal de la ventana le devolvió su reflejo de actor de poster. Se acabó, dijo Mark. Se acabó. Es el último día de mi vida de monigote. Y ayer fue la última vez que no me dejan participar en una película de las que yo quiero.

A lo largo de los meses siguientes Mark sufrió una transformación física y mental. Dejó de ir al gimnasio y se divorció de su dieta ultra-proteica. Empezó a comer lo que le daba la gana, lo que le apetecía en el momento. Su única actividad física era dar paseos esporádicos por alguna playa. Por lo tanto, el perfecto relieve de sus músculos se esfumó. Su abdomen dejó de ser plano y aparecieron líneas de expresión en su cara junto con imperfecciones varias. Ahora era larguirucho, un poco barrigón, siempre con barba de 2 días en la cara, blancucho, permanentes ojeras y con el pelo medio-largo. Ahora era él mismo. La transformación mental fue mucho más dura. Veía religiosamente 3 películas “trascendentes” al día, y estudiaba cómo los grandes actores de la historia del cine habían interpretado a sus personajes favoritos. El resto del día hacía ejercicios de interpretación y movía hilos para enterarse de quién iba a hacer qué y cuándo.

La acosadora prensa se hizo eco de la transformación de Mark. Especulaban con una depresión. Una enfermedad mental. Rechazaba papeles aquí y allá. Incumplía contratos publicitarios porque si. Su representante ya no sabía qué decir. A Mark le traía totalmente sin cuidado.

Hasta que finalmente, 5 meses después de que comenzase su transformación, sus hilos dieron con un gran proyecto. Con uno de los mejores directores actuales. En una historia muy original con un protagonista sin precedente. El día de la audición Mark estaba nervioso desde la serenidad de saber que la vida por fin le debía la oportunidad de cumplir su sueño. Mark consiguió el papel.

La película fue un éxito en taquilla sólo por el morbo de ver a Mark Colt totalmente transformado. Además, era una gran historia, bien contada, bien interpretada y bien dirigida. Por lo que a nadie le extrañaron las 5 nominaciones que consiguió para los Globos de Oro, que se materializaron en 3. Y aún menos extrañaron las de nuevo 5 nominaciones a los Oscar…

Mark se adentró en el Kodak Theatre sintiendo una gran emoción. Amaba el cine, desde niño. La interpretación era para él algo hermoso, lo único que siempre quiso hacer en la vida. De nuevo, sólo su corazón percibía las lágrimas que tiernamente rodaban por su cara. Se sentó en su butaca y se dedicó a disfrutar cada segundo de la gala. Daba igual si conseguía el Oscar o no. El ya había ganado. Había participado en una gran película interpretando a un personaje único, estaba inmerso en otro gran proyecto y acababa de conseguir otro papel de ensueño para una película que comenzaría a principios de verano. Mark había conseguido aquello que tanto tiempo atrás se había propuesto.

Y el momento llegó:

“And the winner is……………..MARK COLT!!!!!!”

miércoles, 17 de agosto de 2011

La 29 desde la humanidad

Hola a tod@s,

Estos días ando de plena reflexión. Me he dado cuenta de lo importante que es la comprensión, de lo importante que es ponerse siempre en los zapatos de los demás para entender porqué hacen lo que hacen y se comportan de esa manera y no otra. Humanidad, chicos y chicas, es lo que necesita este mundo... Ya me sale la vena justiciera otra vez...

Os traigo la historia número 29, sobre la humanidad y la comprensión !A disfrutar! :>



MARINA Y DORA

Marina llegó a casa más tarde de lo que esperaba. Así que apenas tuvo tiempo para tirar el bolso y abrigo sobre la cama, desnudarse y darse una ducha rápida antes de su cita. Había quedado con su gran amiga Dora para cenar y charlar, como cada martes.

Dora había irrumpido en su vida por sorpresa: la conoció hace apenas tres meses cuando se mudó a este apartamento en el centro. Marina trabajaba mucho, demasiado, así que hace unos meses decidió mudarse lo más cerca posible del trabajo para minimizar el tiempo invertido en sus desplazamientos. Estaba contenta con la decisión. Había ganado tiempo para sí misma, que era de lo que se trataba, y además había congeniado instantáneamente con su vecina de rellano, Dora, con la que ahora tenía la esperada costumbre de cenar todos los martes por la noche. Sus padres y amigos no entendían muy bien esa amistad: Marina tenía 29 años y Dora 78. Pero lo cierto es que el tiempo que pasaba con Dora valía para ella millones. Dora era divertida, interesante, inteligente, paciente y una excelente cocinera. Sus historias y anécdotas no tenían fin y Marina jamás había visto tanto libro junto ni ramos de flores mejor colocados en preciosos jarrones. A Marina le daba igual lo que la gente opinase. Dora era en estos momentos una de sus mejores amigas. Esa era la verdad.

Marina por fin se declaró lista para cruzar el rellano y llamar a la puerta de Dora. Como cada martes, Dora la recibió con una gran sonrisa de oreja a oreja, un pequeño aperitivo acompañado por un vasito de vino y un exquisito olor viniendo de la cocina…

Sin embargo, aquella noche Dora se mostró más distraída y taciturna que nunca. Así que hacia el final de la velada Marina se atrevió a preguntarle si se encontraba bien, si algo había ocurrido recientemente que la preocupase. Dora se hizo un poco la remolona con aquello de “no es nada, son solo cosas mías”. Pero al final le acabó confesando su pesadumbre: acababa de ser abuela de un nieto al que jamás trataría. Marina se quedó de piedra, ¡ni siquiera sabía que Dora tenía un hijo! Pero si, Dora tenía un hijo de 37 años, Alberto, al que no veía desde hacía más de 6.

Marina le imploró que por favor le contase la historia. Dora, a regañadientes, aceptó. Dulce y serena le preguntó a Marina si tenía tiempo, porque contarle la historia de porqué no se trataba con su hijo era contarle la historia de su vida. Marina, con una gran sonrisa de compresión, le dijo que para ella siempre tenía todo el tiempo del mundo. He aquí la historia que Dora le contó a Marina:


Dora procedía de una familia culta. No demasiado acomodada aunque lo cierto es que en aquellos tiempos de necesidad a ellos nunca les faltó de nada. El padre de Dora era profesor de instituto y su madre maestra. Dora creció entre libros y panfletos, de ahí que de mayor hubiese conservado la costumbre y su casa estuviese plagada de libros. Dora se hizo maestra, como su madre. Pero por muy culta que fuese, Dora no encontraba marido, lo que para la época era la máxima aspiración de una mujer. Cuando Dora ya estaba condenada por todos a ser una triste solterona conoció a su marido, el difunto Mariano. Mariano era un hombre sencillo pero muy tierno y con un gran corazón. Dora no le amaba pero se sentía segura y acompañada con él a su lado. Por lo tanto, se casaron. Los años pasaban y Dora y Mariano no tenían hijos, pero ellos eran felices en su tranquila existencia…

Entonces, a los 39 años de edad, Dora conoció el verdadero amor por primera vez en su vida. Se trataba de un hombre de su misma edad, de nombre Mateo, que llevaba a sus hijos al colegio donde Dora era maestra. Este hombre, que era tan sencillo y humilde como Mariano, encontró en Dora a su compañera de vida, dado que su gran afición era leer y aprender. Mateo, al igual que Dora, se había casado por comodidad. Los dos se enamoraron como dos chiquillos a sabiendas de que lo suyo siempre iba a ser clandestino y oculto ya que no podían contemplar la posibilidad de abandonar a sus respectivos cónyuges y hacerles daño…

Y Dora se quedó embarazada, de un precioso niño que nació pataleando y llorando a voz en grito. Se llamó Alberto. Dora nunca hizo ninguna prueba para saber de quién era su hijo, en aquellos tiempos no había esas cosas. Pero no hacía falta. Estaba clarísimo que el niño era de Mateo. El mismo color de ojos, el mismo pelo indomable y la misma curiosidad. Mateo sólo podía ver a su hijo de vez en cuando, por mucho que le doliese. Para Alberto Mateo era ese amigo de mamá que iba con él a jugar al parque de vez en cuando…

Cuando Alberto tenía 5 años de edad la tragedia llamó a la puerta: Mateo murió en un accidente de coche. Dora quería morir también. Su amor y su compañero se habían ido. Para siempre…

A Dora no le quedo más remedio que aprender a vivir con el dolor y callar, callar hasta el final. La vida siguió. Mariano fue el mejor de los padres y Alberto lo idolatraba. Así transcurrieron los años hasta que un cáncer se llevó a Mariano por delante, dejando a su amante hijo y agradecida esposa desolados…

Y fue al poco de morir Mariano cuando Alberto descubrió que no era su hijo. Fue de una manera totalmente improvisada: en una donación de sangre. Alberto descubrió que su grupo sanguíneo era B+. Y algo hizo click en su cabeza, de cuando Mariano estaba en el hospital. Indagando descubrió que Mariano era A+. Por lo tanto su única posibilidad de ser B+ era que su madre fuese B o AB. Dora era 0+…

¡A Alberto se le cayó el cielo encima! ¡No podía creer lo que había descubierto! ¡Su madre era una buena mujer, nunca haría algo así! ¡Mariano tenía que ser su padre! Después de unos días reunió el valor para ir a hablar con su madre…

Dora no pudo negárselo, la evidencia era devastadora. Quiso explicarle todo a Alberto, quiso contarle quién era su padre biológico, porque pasó lo que pasó. Y sobre todo quiso decirle que su padre verdadero, el de corazón, fue y siempre será Mariano…

Pero no hubo oportunidad. Alberto dejó a Dora atrás de un portazo lleno de odio y sobre todo incomprensión…


Cuando Marina hubo escuchado la historia completa se sintió profundamente triste. Entendía el estupor y shock de Alberto al descubrir que su padre no era quien pensaba. Pero también sentía verdadera comprensión por Dora y consideraba que sus acciones siempre fueron por razones fundadas y que nunca quiso hacer daño a nadie. Marina se despidió de su amiga con un fuerte abrazo. Pasó a su casa con el corazón encogido y un sentimiento de impotencia. Esa noche no consiguió pegar ojo.

Las semanas trascurrieron y las citas entre Marina y Dora no cesaron. Pero Dora no era la misma. Dora estaba triste, sin chispa. El sentimiento de impotencia de Marina crecía por días. No conseguía centrarse en el trabajo. Quería ayudar a su amiga, devolverle la alegría. Devolverle a su hijo y a su nieto. Entonces, concibió un plan para ayudar a Dora.

La primera parte del plan consistía en conocer el apellido de Mariano. Eso fue fácil: sacarle esa información a una Dora con un par de vasitos de vino de más fue un juego de niños. Usando las guías de teléfonos de toda la vida Dora dio en un pis pas con la dirección postal de Alberto. Entonces venía la peor parte del plan: escribir una carta a Alberto explicándole todo y pidiéndole por favor que accediera a ver a su madre para que ésta pudiese darle una explicación. Conseguir la carta perfecta le costó casi tres días. Pero lo consiguió. Al final proporcionó su propia dirección y teléfonos por si Alberto quería ponerse en contacto con ella…

¡Y vaya que si se puso en contacto! Apenas una semana después de enviar la carta el famoso Alberto se plantó hecho una fiera en casa de Marina, demandando saber quién era ella para meterse en los asuntos de nadie y qué tenía que ver ella con su madre. Lo cierto es que Alberto se quedó de piedra cuando comprobó que la autora de la carta, la supuesta gran amiga de su madre, no era más que una jovenzuela de menos de 30 años. Ese momento de sorpresa dio a Marina la ventaja perfecta para calmar a Alberto y pedirle por favor que entrara en su casa porque le iba a explicar todo con pelos y señales. Se lo pidió en voz baja y con prisa, por si Dora pudiese estar en casa y oír todo. Alberto se dejó hacer y aún con el ceño muy fruncido entró en el piso de Marina…

Apenas una hora después Alberto estaba puesto al corriente de todo. Estaba emocionado. Marina había conseguido explicarle los motivos de su madre desde una perspectiva llena de humanidad y comprensión. Alberto se marchó medio llorando prometiendo que se mantendría en contacto.

Y así llegó el siguiente martes, el día de la cita semanal de Marina y Dora. Para variar, Marina iba tarde y a toda prisa cuando el timbre de la puerta sonó. Aturullada fue hasta ella para descubrir a Alberto con un gran ramo de flores…

Cuando aquel martes Dora abrió la puerta con su acostumbrada sonrisa de oreja a oreja no descubrió a Marina al otro lado, sino a su hijo Alberto…

A partir de aquel día Dora fue feliz y siempre estaba alegre. Había recuperado a su hijo y conocido a su nieto. Pero sobre todo había descubierto que su gran amiga, Marina, estaba al otro lado del rellano. Para todo.








viernes, 15 de julio de 2011

La 28 bajo un cielo azul de nubes blancas

Hola a tod@s,

las tardes de verano son para mí de las más bonitas. Hoy la jungla nos ha regalado un día de verano precioso, con una tarde de cielo azul y nubes blancas, de esas que parecen pompones de algodón. Tanta nuebecita de cuento infantil me hace soñar en que un mundo mejor es posible. Un sueño que los que me conocéis bien sabéis que es recurrente en mí...

...de ahi esta historia que os cuento hoy. Disfrutad de las tardes verano estéis donde estéis :>




EL PROYECTO LAURITA

No soy feliz. Mi vida no es plena.

No tiene nada que ver con mi familia, a la cual adoro, o mis amistades, que son sinceras. Tiene que ver conmigo.

Me dejo caer abatida en el sofá. Reparo en mi nuevo reloj, un Armani último modelo. Es curioso, comprarme el Armani me puso contenta. Aunque bien pensado el contento me duró apenas tres días. Miro el pequeño trozo del imperio Armani que luce en mi muñeca con una mueca de recelo. Sin saber porqué siento el impulso de quitármelo, y eso hago. Le siguen los pendientes de oro blanco y los dos anillos de diseño que adornan mis manos. Respiro hondo. Quizás ahí está el problema. No comparto lo bueno que tengo en mi vida con los demás. Tengo un trabajo excelente, que paga de sobras mis gastos y necesidades mensuales. Incluso ahorro dinero. Y lo demás me lo gasto en caprichos como ropa y joyas. Me siento estúpida, vacía…

Me levanto del sofá, desenjoyada, y me dirijo a la cocina. Abro la nevera y la veo repleta de comida, la mitad de la cual sé que acabaré tirando porque caducará. Son todo marcas caras. Claro, gano buen dinero, por eso compro las marcas más envidiadas. Se me revuelve el estómago instantáneamente y cierro la nevera de un portazo. Maldita nevera: el portazo no suena a nada porque estas malditas neveras caras último modelo tienen amortiguadores. Mi noble declaración de rabia frustrada por una maldita nevera último modelo más cara que su cara dura...

Frustrada, e inapetente, me tiro en la cama. Permanezco así hasta que se me sube el orgullo de mujer luchadora que siempre he sido y me autoanalizo en un pis pas: “Laurita, guapa, no eres feliz aun con todas tus marcas, últimos modelos y trozos de ficticios imperios italianos. ¡Haz algo!” Haz algo, haz algo, ¿pero el qué?

Dos horas más tarde se me ocurre la primera idea: en la medida de lo posible, comprar al día únicamente eso que voy a comer. Aunque sea un poco lata ir a comprar la mayoría de los días, de esa manera me aseguro de que compro lo que como. Con el tiempo, cuando haya calculado bien qué necesito a la semana, igual puedo espaciar las compras. De esta manera no tiro comida, que me parece horrible, ¿cómo he podido llegar a eso? Al minuto, se me ocurre la segunda idea: nada de las marcas más caras. Compra marcas baratas. Total, la calidad de la comida en España es bastante buena, incluso una marca modesta proporciona productos de calidad. ¡Dicho y hecho! Excitada como una colegiala me voy a la cama pensando que efectivamente el día siguiente es mi primer día de curso, un curso en el que necesito cambiar mi vida para aprobar.

Una semana después mi plan va viento en popa y mis dos primeras ideas han sido todo un éxito. No he tirado ni una miga a la papelera y he descubierto un par de marcas baratas que están estupendas. Me siento contenta, aunque sé que aun no es suficiente y necesito hacer más para ganarme el aprobado a final de curso. Le doy mil vueltas a la cabeza hasta que se me ocurre otra buena idea: hacer limpieza en casa, recopilar todas esas ropas y trastos viejos que no me pongo y donarlos a la beneficencia. Hasta dos maletas llenitas hasta los topes saco de casa. La cara de los del Proyecto Hombre mientras miraban a esa loca pija, o sea yo, arrastrar a duras penas dos enormes maletas no tiene precio. Alucinaron con mis donaciones, no podían parar de darme las gracias. Su alegría era aún audible cuando doblé la esquina de la calle...

Mi gente ha notado un cambio en mí, dicen que se me ve más relajada y sonriente. Y no puedo evitar contarle a todo el mundo el motivo de mi cambio. Algunos me miran y piensan que es otro de mis caprichos. Los que me conocen mejor saben que de verdad es una decisión seria y que mi cambio de actitud me está haciendo bien. Llega el momento de ser honesta conmigo misma. Me vuelvo a autoanalizar: “Laurita, reina, has cambiado, y se traduce en que estás más contenta y serena. Pero no es suficiente, aún hay que hacer más”. Cierto, no es suficiente. No es suficiente porque ya no quiero un aprobado a final de curso: ahora quiero un sobresaliente.

Mi siguiente idea lógica en este viaje que ya no tiene vuelta atrás es dejar de comprar cosas que no necesito. Medida que es aprobada con efecto inmediato. Eso elimina comprar ropa, zapatos, maquillaje, complementos y demás que no es necesario y que se compra por puro capricho. Cuidado: esto no significa que vaya a dejar de arreglarme y estar estupenda. Simplemente significa que tengo que aprovechar bien lo que tengo.

Tres meses más tarde mi cambio de actitud y de vida va de maravilla. Sigo comprando solo la comida que necesito y de marcas baratas. Sigo apartando aquello que no quiero y donándolo al Proyecto Hombre, que a estas alturas ya me adoran. E ironías de la vida, me he convertido en una experta estilista. He destapado mi lado creativo y combino mis ropas como jamás lo hubiera hecho antes, desenterrando esta vieja blusa de aquí y combinándola con aquella falda que me compré no sé cuándo. Nunca jamás me lo había pasado tan bien arreglándome. Me siento más atractiva y estilosa que nunca, lo que me hace muy feliz. Mis amigas están impresionadas conmigo, y alguna hasta me pide ayuda con sus modelitos. Increíble. Realmente increíble.

Un tiempo más adelante consigo reclutar a dos amigas del trabajo para la causa. Ellas se sentían como yo antes de empezar con todo esto. Saben de mi cambio y me han pedido detalles. Las dos se han apuntado instantáneamente a lo que ya denominamos entre nosotras “el Proyecto Laurita”. Les deseo todo lo mejor de corazón.

Semanas más tarde el Proyecto Laurita se extiende y ya podría abrir franquicias. Me llena de orgullo.

El Proyecto Laurita, perfectamente organizado y conectado vía cadena de emails y grupo facebook incluido, ha destapado una paradoja en su principio básico: como ahora vivimos al día y gastamos únicamente en aquello que necesitamos, la solvencia de nuestras cuentas corrientes está creciendo como la espuma. ¿Qué hacer con todo este dinero extra generado cada mes debido a la estupenda administración de nuestros fondos? Se decide unánimemente abrir una lluvia de ideas en el muro de nuestro grupo facebook. Algunas de estas ideas son:

“Donar dinero a una ONG u obra de caridad”
“Ayudar a mi hermana y mi cuñado a pagarles las carreras a los niños”
“Comprar ropa no para nosotros, sino para los necesitados”
“Ir de voluntario a algún país pobre y ayudar allí en lo necesario”
“Realizar actos altruistas como identificar quién de nuestro entorno tienen apuros económicos y ayudarle”

A mí todas estas ideas me parecen más que estupendas. Todas ellas tienen en común que se comparte nuestra suerte con los demás, premisa inicial del Proyecto Laurita. Por decisión más que unánime se concluye que cada uno elija la que más le convenga, aquella que le haga más feliz, que es de lo que se trata, de al final del día sentirse feliz y pleno.

Llega el final de curso. Hace un año que el Proyecto Laurita comenzó. Salen las notas al tablón de anuncios: el Proyecto Laurita saca una Matrícula de Honor.