Una espanolita en Londres

Una espanolita en Londres
Camden Town Girl...o sea, yo

Fabio, yo y mil historias inventadas contrarreloj

Yo, españolita, treintañera y con ganas de hacer algo diferente en mi vida, he decidido, por fin, poner por escrito las millones de historias y fantasías que pasan por mi cabeza... ¡en forma de reto!

Fabio, un hombre argentino aficionado a la literatura si cabe más que yo, me manda sus historias y cuentos desde hace poco, y yo le correspondo con las mías. Alguien a quien no conozco, una conexión difícil de explicar...

El reto es, cada vez que reciba un texto de Fabio, he de contestarle en menos de 24h, con una historia totalmente nueva y original...

¿Podré seguir el ritmo? ¿Será mi imaginación tan fantasiosa como siempre he pensado? ¿O no seré más que otra españolita en Londres que se piensa que, por estar en esta ciudad tan libertaria, puede hacer cualquier cosa que se proponga? ¡Este blog me sacará de mis dudas! :>


jueves, 26 de agosto de 2010

La número 22 en medio de todo lo gris

Hola!

necesito comunicaros que el día de hoy no podría ser más gris. Todo es gris, hasta mi camiseta. Por lo menos las lluvias torrenciales nos abandonaron en algún punto de la madrugada y hoy cae otro tipo de lluvia un poquito más llevadera.

Yo no puedo evitar que estos días grises me afecten. Supongo que como buena espanolita criada al sol.

Y sin más, anhelando días más azules que grises, aquí os dejo la última historia escrita contrarreloj. Espero que os guste :>




FÁTIMA Y EL CUADERNO DE LAS TAPAS DE CUERO

Para Fátima aquél pequeño café era como su propio hogar. Pasaba allí cerca de 50 horas a la semana y muy a gusto, gracias. No le importaba trabajar las casi 10 horas extras que le separaban de una jornada semanal a tiempo completo. Allí dentro entre cafeteras, teteras, tazas y sándwiches la chiquilla se sentía como una reina. Pero la procesión iba por dentro. Fátima no era chica de palabras. Lo suyo era decirlo todo con sus vivos ojos color miel. Ni siquiera sonreía. Sus ojos lo hacían por ella. Y sus ojos decían que allí estaba bien.

Una de las razones de que se encontrase tan a gusto era que a Fátima le encantaba observar a través de las ventanas de sus ojos el ir y venir de la gente, los gestos, los ademanes. Para ella eran fuente inagotable de diversión y recreación. Fátima había aprendido desde muy pequeñita a literalmente leer a la gente, sus preocupaciones y personalidad. No había nada que escapase a la viveza de sus ojos.

Había un número de clientes habituales que Fátima conocía ya a la perfección y no precisamente por haber mantenido profundas conversaciones con ellos. Nada más verles entrar por la puerta del café sabía lo que iban a pedir. Que dicho sea de paso, solía ser siempre lo mismo, pues Fátima había aprendido que la mayoría de la gente era rutinaria y conformada. Pero no todos eran así. De entre todos estos clientes habituales destacaba un muchacho joven, apenas 30 años, que podría ser muy atractivo de no ser por lo flacucho que estaba. Este joven tenía la peculiaridad de que siempre pedía algo distinto. Podría decirse que era la única persona capaz de sorprender a Fátima con sus peculiares apetencias. De hecho, este muchacho inquietaba a Fátima más de lo que a ella le gustaría. Porque Fátima no estaba segura de si había aprendido a leer a este chico. La verdad sea dicha, Fátima no tenía ni la más remota idea de cómo o quién era ese personaje. Inquietante.

El misterioso muchacho solía llevar con él un cuaderno de tapas de cuero en el que garabateaba letrajos. Más de una vez, cuando el bullicio del café se lo permitía, Fátima intentó ver qué eran esas letras escritas, sin éxito. Pero la chiquilla nunca consiguió averiguar nada desde su puesto de perfecta empleada... Hasta que un buen día, el escurridizo joven se dejó olvidado el cuaderno en el café. Fátima lo guardó durante días en espera de su dueño, resistiendo como una leona la tentación de abrirlo y leer sus secretos. El joven no aparecía. Ni sombra de él. Los ojos de Fátima decían que estaba preocupada.

Después de casi 3 meses el sobado cuaderno de tapas de cuero todavía dormía en el café y los ojos de Fátima seguían preocupados. Y ya no pudo más. Un viernes tras el cierre, Fátima se llevó el cuaderno a su casa y allí, nerviosa cual novata, lo abrió y leyó todas y cada una de sus garabateadas páginas… Qué desilusión. No entendía nada de nada. Eran todo numerajos y letras raras de otros alfabetos. Lo único que Fátima lograba ver eran las estructuras, pues todos esos extraños caracteres estaban ordenados en perfectos versos que formaban estrofas y al final poesías. Fátima sonrió para sí misma. Un artista, después de todo, se dijo a sí misma. Fátima guardó el cuaderno con ella durante mucho tiempo, porque el flacucho muchacho nunca volvió a aparecer por el café. Nunca tuvo el coraje para deshacerse de él porque por algún extraño motivo encontraba hermosas esas poesías de extrañas letras y números. Y porque intuía que aquel cuaderno significaba algo muy importante para su dueño.

Pasó el tiempo. Puede que quizás años…

De pronto, un buen día, al abrir el periódico, Fátima vio en una foto al flacucho muchacho que solía ir por el café y escribía letrajos. Era un artículo sobre un descubrimiento científico, y en la foto del grupo de gente que había contribuido a él aparecía, apenas sonriendo, el misterioso joven. Según el pie de foto, su nombre era Marc Benson, y trabajaba en el departamento de Física Nuclear de la Universidad de Cambridge. Increíble. Después de tantos años había dado con el joven. Fátima estaba asombrada. Paralizada. ¿Y ahora qué?

Después de darle muchas vueltas y consultarlo varias veces con la almohada, Fátima decidió plantarse en Cambridge para devolverle el cuaderno a su dueño. Fátima, la chica sin palabras que sus ojos lo decían todo por ella, siguió sus impulsos. No tenía ningún plan. Ni idea de qué hacer una vez que se plantase en Cambridge. Pero allí que se fue, cuaderno en el bolso y mente en blanco, sólo un recorte de periódico como guía.

Encontrar el departamento de Física Nuclear le costó lo suyo. Una vez allí, mil contratiempos podrían haber ocurrido. Pero no sucedieron. Una vez que encontró el lugar, dar con el muchacho fue coser y cantar… Y allí estaban los ojos miel de Fátima, delante del personaje que tantas preocupaciones e inquietudes había despertado en su cabeza. Seguía más o menos igual. Flacucho cual alambre e inquietante como cuando iba por el café. Fátima se presentó con el mínimo de palabras posibles y sacó el cuaderno de su bolso. Cuando el chico lo vio se quedó atónito. Blanco. Paralizado. Apenas balbucía retazos de palabras. No lo podía creer. Cuando se calmó, le dio a Fátima la explicación que ella no le había pedido sobre el cuaderno y por qué nunca volvió a recogerlo.

Marc Benson confesó que dejó el cuaderno abandonado en el café a propósito, justo antes de mudarse a Cambridge para trabajar en el departamento en el que estaba ahora. Quería dejar atrás su antigua vida y comenzar de nuevo. Más concretamente, quería dejar atrás el sentimiento amargo de un amor no correspondido. Marc había plasmado los sinsabores de aquel desagradecido amor en el sobado cuaderno de tapas de cuero sin darse cuenta. Todos esos caracteres raros a ojos de Fátima eran fórmulas matemáticas y ecuaciones que Marc había intentado desarrollar para apartar su mente de su fracaso amoroso. Así que todo lo escrito en él le recordaba a ella. De ahí la razón para abandonar el cuaderno en el café cuando decidió que su vida tenía que seguir adelante.

Entonces le tocó el turno de las confesiones a Fátima. Le dijo que siempre había tenido curiosidad por él. Que nunca llegó a entender porqué cada vez pedía algo diferente. Que no había podido deshacerse del cuaderno porque para ella eran hermosas poesías. Y que siempre tuvo la intuición de que era algo importante. Marc se quedó boquiabierto al comprobar que efectivamente había ordenado sus teoremas y fórmulas en poesías sin darse cuenta. Aquella chica era especial, se dijo, había sabido ver sus sentimientos a través de un cuaderno viejo. Marc ya no quería deshacerse ahora de él, tenía un nuevo significado para él…

Marc se perdió en los vivos ojos miel de Fátima, y ésta se perdió en la misteriosa aura del científico poeta. Fueron a tomar un café juntos, lo que dio lugar al principio de una hermosa historia de amor que aún dura entre ellos. Una historia de amor en la que Fátima comprendió la razón de pedir siempre algo diferente en los cafés. Pero lo dicho, esa es otra historia, y quizás os la cuente en otra ocasión.

5 comentarios:

  1. Muy bonita! Me ha entrado la risa al volver a mirar mi cuaderno de laboratorio... no parecen poesias precisamente! :)

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  2. Muchas gracias Alodia! :>
    Pues mi cuaderno de laboratorio esta lleno de garabatos, pero la verdad es que no parecen nada mas que eso! :P

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  3. el mio hasta tiene alguna mancha de grasaza de algun bocata! ;)

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  4. jajaja El mio tiene manchas de te a porron! :P

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