Aquí os dejo lo último que escribi, hace ya más de un mes. Me daba verguenza colgarlo pero al final me he animado.
Espero que disfrutéis un rato. Hasta pronto....espero ;>
ANA Y LA
SENORA HILLGATE
El casi
perpetuo gris londinense era el complemento perfecto para su carácter
responsable. Ana no podía evitar sentirse secretamente contenta por
la bajada de temperaturas y el final de un verano que a ella se le
antojaba demasiado largo para su Londres gris.
Enlatada
en el metro con gente ojerosa y medio dormida, dirigiéndose al
trabajo aquella mañana, Ana no podía sospechar que aquel día iba a
ser muy especial. Ese día por fin iba a ser ascendida al puesto de
gerente de proyectos que durante tanto tiempo había estado
anhelando. Desde que casi dos años atrás había entrado en la
empresa de diseño de interiores donde trabajaba Ana había estado
preparándose para este momento. Era su puesto soñado, tener su
propio abanico de proyectos y dirigir a los equipos a cargo de
llevarlos a cabo.
Exactamente
a las once de la mañana Ana recibió la noticia. El resto del día
lo paso en una nube recibiendo merecidas felicitaciones de sus
compañeros y mandando emails y mensajes a sus amigos y familiares
con la buena nueva. Al final del día, quedó con su mejor amiga en
Londres para ir a cenar y tomar un buen vino como celebración. Ana
se metió en la cama aquella noche con la sensación de que el mundo
podía ser justo algunas veces y que no siempre era un horrible lugar
en el que vivir.
Durante
los meses que siguieron a su ascenso Ana trabajó muy duro. Quería
demostrarle a todo el mundo que podía manejar perfectamente bien su
nuevo trabajo. En general, todo iba bien. Entregaba todo siempre a
tiempo y, a parte del típico roce aquí y allá con alguno de los
proveedores, todo iba acorde a lo planeado. Sin embargo, había un
proyecto que se le atragantaba. Lo curioso era que no tenía nada que
ver con los proveedores o con que el diseñador hubiese
malinterpretado sus directrices. No, esta vez tenía que ver con el
cliente. La clienta, para ser más específicos. La señora Alexandra
Hillgate. Ana se había reunido con ella en varias ocasiones para
averiguar qué era exactamente lo que aquella señora estirada y
llena de joyas realmente quería para el magnífico salón de su
imponente casa de Chelsea. Normalmente Ana era muy buena
interpretando los deseos de sus clientes. Pero la señora Hillgate la
tenía completamente confundida. Dos veces ya había tenido que
mandar rediseñar el dichoso salón. Y aún no estaba segura de
haberlo conseguido. Hoy se reunía con la señora Hillgate a las tres
de la tarde y aunque deseaba de corazón que este fuese el diseño
definitivo algo le decía que iba a tener que mandar rehacerlo…
La
señora Hillgate contemplaba impasible desde su ventana cómo nada ni
nadie pasaba por la calle. Esta zona de Chelsea era tan aburrida, tan
residencial. Ella la odiaba a muerte. Recordaba sus tiempos jóvenes
cuando vivía en el corazón de Mayfair y todo era ruido y gente y
eventos a los que acudir. Pero desde que su marido se empeñó en
trasladarse a Chelsea para huir del centro y los turistas hace ya dos
décadas su vida y ella habían cambiado tanto que apenas se
reconocía. A sus 53 años Alexandra Hillgate se sentía tan vacía y
aburrida que ojalá se muriese.
Depresión.
La palabra mágica con la que hoy en día todos los médicos
clasificaban la tristeza humana. Les daba igual que hubiese un motivo
perfectamente definido para esa tristeza. Les daba igual que la
solución fuese tan fácil como que alguien, por ejemplo su marido y
sus hijos, le prestasen algo más de atención y la sacasen por ahí
de paseo más a menudo. En vez de eso la receta habían sido unas
pastillas, gran novedad, y la recomendación de hacer algo con su
tiempo que implicase un cambio. Así que ahí andaba ella intentando
cambiar la decoración de su salón, que por cierto a ella le
encantaba tal y como estaba, con tal de tener contentos al médico,
su marido y sus hijos.
Exactamente
a las tres en punto sonó el timbre. Por Dios que aquella muchacha
era puntual. Puntual y eficiente. Todo en ella era eficiencia,
seriedad y responsabilidad. Era simplemente perfecta. La verdad es
que la chica, Ana creía que era su nombre, le resultaba muy curiosa
porque era exactamente lo contrario a lo que ella había sido de
joven. Mientras que ella había sido siempre jovial y parlanchina
esta chica era silenciosa y compuesta. Cierto era que sonreía mucho
y era muy amable, pero no tenía nada que ver con su risa pícara y
verborrea graciosa de cuando era joven. Pero ,quizás, lo que más le
llamaba la atención era que debajo de su apariencia seria y
responsable la chica sentía verdadera pasión por su trabajo.
Alexandra no se acordaba de cuando había sido la última vez que
había sentido verdadera pasión por algo. Probablemente no había
sentido jamás pasión por nada. Quizás por eso no hacía más que
poner pegas a los diseños que la muchacha le traía. Que por cierto
eran todos buenos y cualquiera le hubiese servido para su salón.
Gracias a su aparente disconformidad con los diseños Ana tenía que
volver a su casa una y otra vez, así ella tenía tiempo para
resolver el puzle de la chica seria y responsable llena de pasión.
Como en
la última visita no había averiguado nada, Alexandra había
decidido que hoy sería más directa y le haría preguntas algo más
personales para ver si así conseguía averiguar de dónde venía esa
pasión por su trabajo. Le ofreció té para crear una atmósfera más
distendida, que la chica aceptó con una de sus correctas sonrisas, y
Alexandra se lanzó a preguntarle sobre sus orígenes y su infancia.
Tal y como había previsto la chica se sintió un poco acorralada al
principio pero poco a poco se fue soltando. Le contó que era
española, cosa que ya había podido deducir por su acento, y que
había tenido una infancia muy común, sin nada reseñable. Parece
ser que provenía de una familia trabajadora de clase media y que
había tenido que trabajar mientras estudiaba en la universidad,
empresariales, para pagarse sus caprichos y extras. Se trasladó a
Londres para terminar su carrera con una beca Erasmus y por
casualidad había caído en esta empresa de diseño de interiores
donde había averiguado que se le daba muy bien traducir los deseos
de los clientes en algo tangible. Pero sobre todo, parece ser que lo
que más le gustaba era sentirse independiente y capaz de hacer algo
por sí misma. Al final de la conversación la chica tenía una
sonrisa de oreja a oreja y un brillito en los ojos de felicidad que
la señora Hillgate todavía no había visto hasta ahora…
Como
Ana bien había previsto, el diseño no era del gusto completo de la
señora Hillgate. Así que la tendría que ver al menos una vez más.
Bueno, no pasaba nada. La mujer tampoco era tan estirada después de
todo. Le había ofrecido té y se había interesado por su vida. Algo
que por cierto era la primera vez que le pasaba. Normalmente sus
clientes no estaban interesados en quién era ella o de dónde venía
o por qué le gustaba tanto su trabajo. Normalmente estaban
interesados en que hiciese su trabajo lo antes posible para ellos
poder volver a sus vidas normales. Pero esta sensación de que se
interesasen por ella le había gustado. Le ayudaba a crear un vínculo
especial con el cliente que quizás podría ayudarle a ella a hacer
mejor su trabajo. Pero lo más importante es que le ayudaba a saber
más que nunca quién era y a sentirse muy orgullosa del camino que
había recorrido hasta ahora. Inesperadamente, en cuanto estuvo de
vuelta en su oficina, Ana cogió un lápiz y empezó a hacer ella
misma los cambios en el diseño. Cuando terminó y dejó el lápiz
sobre la mesa, Ana cayó en la cuenta de que esta era la primera vez
que ella misma se lanzada a rediseñar. Normalmente era uno de los
dibujantes el que lo hacía, siguiendo su lista de cambios detallada
en un email. Ana se sintió extraña, ajena a sí misma, pero de
repente poderosa, pues acababa de descubrir que era capaz de hacer
cosas sin planificación previa, cosas que nunca pensó que podía
hacer sin un plan detallado y responsable por el medio…
Dos
horas más tarde Alexandra seguía sentada en el mismo sofá donde
Ana la había dejado. No se podía creer el descubrimiento tan
importante que acababa de hacer y las consecuencias que tendría en
su nueva vida. Había resuelto el puzle de la chica seria y
responsable llena de pasión: independencia. En el transcurso de su
conversación Alexandra se había dado cuenta que la fuerza de Ana
residía en su independencia y su capacidad de hacer cosas por sí
misma. Aparte de su seriedad y responsabilidad, Ana era ante todo una
mujer independiente que se sacaba las castañas del fuego a sí misma
sin ayuda de nadie. Justo lo que ella no había sido capaz de hacer
en toda su vida. Todavía hoy seguía esperando a que su marido y sus
hijos le solucionasen su tristeza. No. Ella misma era la solución a
su tristeza y nadie más le iba a enseñar la luz. A partir de hoy
sería diferente, la fuerza del cambio saldría de ella misma y de
nadie más. A partir de hoy tendría ella el poder sobre su propio
destino…
Cuando
Ana y la señora Hillgate se volvieron a reunir una semana después
el brillito de los ojos de Ana seguía intacto. Alexandra le volvió
a ofrecer té mientras repasaban los nuevos diseños. Esta vez,
aunque hubiese querido decir no, no hubiera podido. Los nuevos
diseños eran más que perfectos. Eran ella, Alexandra y su
personalidad reflejadas en una combinación maravillosa de telas,
tapices, muebles y distribución. Pensaba que los primeros diseños
eran buenos pero ahora que tenía antes sus ojos los nuevos se daba
cuenta de lo equivocada que había estado. La expresión en su cara
fue más que suficiente para que Ana supiese que esta vez sí, había
acertado. Ana se sentía increíble, pues los nuevos diseños los
había rehecho ella de su mano y corazón…
Cuando
Ana y la señora Hillgate se despidieron aquel día ambas sabían que
no se volverían a ver. Lo que no sabía ninguna de las dos era
cuánto se habían ayudado la una a la otra y que a partir de ese
momento la vida de ninguna de las dos sería igual.
Ya era hora!! :)
ResponderEliminarIntentare que la proxima llegue pronto! ;>
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