Una espanolita en Londres

Una espanolita en Londres
Camden Town Girl...o sea, yo

Fabio, yo y mil historias inventadas contrarreloj

Yo, españolita, treintañera y con ganas de hacer algo diferente en mi vida, he decidido, por fin, poner por escrito las millones de historias y fantasías que pasan por mi cabeza... ¡en forma de reto!

Fabio, un hombre argentino aficionado a la literatura si cabe más que yo, me manda sus historias y cuentos desde hace poco, y yo le correspondo con las mías. Alguien a quien no conozco, una conexión difícil de explicar...

El reto es, cada vez que reciba un texto de Fabio, he de contestarle en menos de 24h, con una historia totalmente nueva y original...

¿Podré seguir el ritmo? ¿Será mi imaginación tan fantasiosa como siempre he pensado? ¿O no seré más que otra españolita en Londres que se piensa que, por estar en esta ciudad tan libertaria, puede hacer cualquier cosa que se proponga? ¡Este blog me sacará de mis dudas! :>


miércoles, 2 de noviembre de 2011

31 o porqué a veces somos tan cobardes

Hola a todos,

Ultimamente me pregunto qué fuerzas estúpidas son aquellas que a veces nos llevan a no hacer aquello que sabemos positivamente que tenemos que hacer. Aquello que, queramos o no, tenemos que llevar a cabo, y que de no ser así nos traerá problemas.

Una posible respuesta es "cobardía". Por el motivo que sea, realizar esa tarea requiere algo de valentía por nuestra parte, desnudar nuestra alma de alguna manera. Y cual viles gallinas nos acobardamos.

La historia de hoy tiene que ver con la cobardía. Espero que os guste :>



BERTA, SIEMPRE TAN COBARDE

Mientras bajaba con su bici a mil por hora por el escurridizo terraplén, Berta deseó con todo su corazón que la bici resbalase. Que resbalase y se diese una buena paliza contra el suelo o una tapia. Y que mientras le curaban su cuerpo malherido y ensangrentado en el ambulatorio el doctor les dijese a sus padres que se tenía que quedar en casa unos cuantos días. Lo que fuese, con tal de no tener que ir al día siguiente al colegio y tener que ver la cara de Mario Labrador.

Pero no se resbaló. Y ella no tuvo el coraje para tirarse. Cobarde. Siempre tan cobarde. Al día siguiente tuvo que verle la cara al maldito Mario Labrador. Y durante un par de años más. Hasta que él acabó el COU y se fue a la universidad. Aún así eso no hizo desaparecer las odiosas imágenes, su sudor sobre su piel, su aliento jadeante sobre su nariz, que aparecían sin avisar al doblar una esquina o al meterse en la cama. Dijo basta. Cuando acabó el instituto Berta se mudó a Madrid.

Veinte años más tarde Berta salía de su casa muy bien arreglada. Había quedado para cenar con su grupo de amigos habitual. La noche de hoy prometía: Alicia iba a presentarles a todos a su novio, ese chico que por fin la había conquistado después de meses de encuentros. La curiosidad de todos se vio al fin satisfecha: Alicia apreció con su nuevo chico, que se llamaba Mario. A simple vista el muchacho no parecía nada del otro mundo, pero sus maneras eran muy agradables y tenía una bonita sonrisa. El chico, que estaba regordete, tenía muy buen saque, y no dejó ni una miga detrás en su plato. A Berta le pareció simpático y educado. La velada transcurrió fluidamente y hasta fotos fueron lanzadas para inmortalizar la ocasión. Berta, que fiel a su carácter no dijo mucho en toda la noche, disfrutó incluso cuando al final todo el mundo empezó a picarla con aquello de que ahora ella era la única soltera del grupo. “A ver si te aplicas Bertita, que ya va siendo hora”, era alguna de las flores que se tuvo que oír Berta. La pobre capeó el temporal como buenamente pudo y cuando todos se retiraron ella hizo lo propio.

Ya en el taxi la sombra se apoderó de ella. Otra vez esa pesadumbre y esa tristeza arraigada en cada célula de su cuerpo: jamás podré confiar en un hombre, jamás podré ser feliz junto a uno. Berta sabía desde aquella funesta noche a sus trece años que jamás podría recuperarse y tener una vida normal. Muchas veces había pensado en terapia, en ayuda sicológica, o incluso grupos anónimos de víctimas como ella. Cobarde. Siempre tan cobarde. Nunca se decidía. Pensaba que era demasiado tarde. Y además creía sinceramente que nada ni nadie podría ayudarle a superar el hecho de que Mario Labrador la violó a sus trece años mientras su hermana Eva y sus amigos se emborrachaban en el salón con la música a todo volumen. Nada más cerrar la puerta de su apartamento Berta se echó a llorar desconsoladamente. Una vez más.

Lo primero que hizo Berta al día siguiente después de desayunar fue encender el ordenador y meterse en el facebook a ver si alguien había colocado fotos de la noche anterior. Efectivamente, ahí estaban. Berta no pudo evitar el sonreír, algunas eran muy graciosas. Entonces, entre sonrisas, reparó en las etiquetas de las fotos. En una concretamente: Mario Labrador López. Un latigazo helado recorrió su espalda. El estómago se le dio la vuelta. Berta fue corriendo al baño a vomitar.

Completa y absolutamente aterrada Berta volvió al ordenador. “No puede ser” murmuraba. “No puede ser. Será una casualidad. Fíjate bien en sus rasgos, anoche no lo reconociste”. Berta analizó al sujeto largamente pero era incapaz de lanzar un veredicto hacia un lado u otro. El Mario Labrador de ahora estaba regordete, medio calvo y canoso y usaba gruesas gafas de pasta. “Tengo que salir de dudas como sea”. “Si fuese mi amigo en facebook podría mirar su información y ver de dónde es. Pero no puedo. ¿Qué hago por Dios? ¿Qué hago?”

Entonces dio con la solución: llamar a su hermana Eva y preguntarle si lo reconocía. Al fin y al cabo Mario Labrador estaba en el curso de su hermana, tres años mayor que ella. Berta se armó de un coraje inusual en ella y seleccionó el número de su hermana en el móvil. Tras cuatro interminables toques su hermana por fin descolgó. “Hombre Bertita, ¿Cómo que me llamas un domingo a estas horas? ¿Cómo estás? Hacía ya días que no hablábamos”. Berta tragó saliva y procuró sonar lo más natural que pudo. “Estoy bien, estoy bien, ya sabes, un poco resacosa, que ayer estuve de cena con mis amigos. Escucha, por eso te llamo precisamente. Resulta que una de mis amigas trajo a su nuevo novio, y oye, que me recuerda mucho a alguien de la época del instituto pero no acierto a saber quién. Se llama Mario. He pensado que te podrías meter en mi perfil del facebook un momento y ver si por un casual tú lo reconoces”. “!Huy que marujas somos!” rió su hermana. “Me meto ya mismo a cotillear, dame dos minutos para que se encienda el ordenador”. Durante los larguísimos dos minutos Eva no paró de contarle cosas, que seguro que tenían alguna importancia u otra, pero ahora mismo Berta no estaba para asimilar ninguna información. No recordaba la última vez que el corazón le latía tan deprisa.

Por fin, Eva le confirmó lo peor: “Si, Bertita, si es alguien que venía la instituto. Un tal Mario Labrador, que iba al mismo curso que yo pero a la otra clase. Es que está tan cambiado, madre mía, pero sí, es él, no hay duda, el hoyuelo de la barbilla le delata completamente. Tengo aquí la orla de COU del instituto y ese hoyuelo es inconfundible ¡Qué ojo tienes! Porque mira que yo no lo hubiera reconocido ni de casualidad”.

Berta simplemente sujetaba el teléfono, incapaz de moverse o pestañear. Entonces reparó en que su hermana hablaba de él como un perfecto desconocido, cuando no lo debía ser tanto si vino a aquella fiesta. “Escucha, ¿pero no erais amigos? Yo creo que ese chico vino a una fiesta que hiciste una vez en casa”. “Bertita, ¿qué dices? ¿Qué fiesta? Que yo recuerde durante el instituto hice como mucho un par de fiestas en casa, y estoy segurísima de que él no estaba allí”. “Vaya, ¿cómo puedes estar tan segura?”. “Estoy segura porque a las dos fiestas invité a apenas diez personas por aquello de que la cosa no se desmadrara y los papás no se enterasen. Estoy segurísima al cien por cien. ¡Si yo con ese chico no he cruzado jamás palabra! Anda Bertita, deja de imaginar cosas”.

Después de colgar con Eva, Berta sentía una confusión indescriptible. Si Mario Labrador no estaba en aquella fiesta, ¿entonces quién se deslizó hasta su habitación, le tapó la boca con la mano y la violó ignorando sus implorantes lágrimas? Berta se obligó a recordar. A cerrar los ojos y recordar el peor día de su vida. Era él, era Mario Labrador el que la violó, no había lugar a dudas. Pero ¿cómo? ¿Cómo fue posible? Esto ya era demasiado para Berta, no le quedaba más remedio que vencer su cobardía y hablar con su hermana, la única persona que también estaba en esa fiesta y podía darle alguna clave.

Berta se plantó en casa de su hermana Eva tras horas de conducir esa misma tarde. Con un aspecto horrible y los ojos desorbitados le contó todo a su hermana, que lloró desconsolada al conocer la pesadilla que vivió Berta, que aún vivía Berta. Tenían que desentramar el misterio como fuese. Se pusieron a ello.

Eva escribió en un papel los nombres de las siete personas que aquella tarde estaban en casa. Eran cinco chicas y dos chicos. Las chicas automáticamente descartadas, toda su atención se centró en los dos chicos. Desenterró viejas fotos del instituto para que su hermana pudiese ponerles cara. Berta se acordaba de ellos perfectamente porque eran buenos amigos de su hermana. Aún eran. Haciendo un esfuerzo sobrehumano de memoria, Eva recordó que uno de ellos se sentó en la mecedora de principio a fin, ni siquiera fue al lavabo. Y recordó que el otro estaba en aquel entonces saliendo con una de sus amigas y que no pararon de hacer manitas toda la fiesta. Y, fin de la historia, recordó que decidieron irse de la fiesta al poco rato, justo cuando Berta llegó, porque querían más privacidad. Es decir, que nadie que estaba en aquella fiesta había violado a Berta. Ahora ni Eva ni Berta entendían absolutamente nada.

Entonces, Eva recordó algo más. Recordó lo exhausta que estaba Berta cuando aquella tarde llegó a casa. Recordaba haberla visto muy pálida y con grandes ojeras. “No me extraña, en aquella época padecí insomnio ¿te acuerdas? Hasta los papás decidieron llevarme al médico porque muchas noches no conseguía pegar ojo lo cual estaba afectando a mis estudios. Así que no me extraña que tuviese aquella cara. Me imagino que me habría pegado un par de noches en blanco. Por eso me fui directamente a la cama en cuanto llegué a casa aquella tarde”. Berta paró de hablar en seco y miró a su hermana, que le devolvió la mirada y exclamó: “Ay Bertita, ¿y si todo fue un sueño? ¿Una horrible pesadilla?” “No no no, no puede ser, no, fue demasiado real, tengo todo grabado a fuego en mi memoria. El violador se metió en mi cuarto, vino hasta mi cama, me tapó la boca con sus manos y me violó.” “Y después, ¿qué pasó?” “Después recuerdo que llorando me quedé dormida…y me desperté al día siguiente. Fin de la historia”. Al finalizar la frase Berta ya no sabía qué creer. Su hermana lo tenía cada vez más claro. “Ay Bertita, que yo creo que todo fue y ha sido siempre una horrible pesadilla. ¿Recuerdas alguna señal en tu cuerpo? ¿Cardenales o arañazos?” “Pues no, la verdad es que no”. Tenemos que dar por zanjado este misterio ya mismo. Déjame llamar a un amigo médico a ver si sabe algo de sueños”. “De acuerdo” murmuró Berta en un confuso hilo de voz.

Después de casi veinte minutos su hermana volvió a la habitación donde estaba Berta y triunfante le dijo: “Bertita, si, todo fue un sueño. Parece ser que lo que tú sufriste fue lo que se llama un sueño vívido. Los sueños vívidos son comunes entre personas que sufren de insomnio, y son tan reales, incluso las sensaciones, que muchos pacientes tienen problemas en saber si fue realidad o sueño. ¡Ay Bertita gracias a Dios! ¡Todo fue una absurda pesadilla! ¡Ya pasó todo!”

Pero Berta no estaba feliz. Estaba muy asustada. ¿Y si éste no fue el único sueño vívido en su vida? ¿Y si algunos de sus recuerdos son solo sueños? Berta se daba cuenta de que necesitaba ayuda. Acudir a un sicólogo. Hablar con alguien que supiese de desordenes del sueño. Ir a un especialista ¡Necesitaba hacer algo!...

Pero Berta no hizo nada.

Berta calló.

Disimuló.

Fingió.

Y sufrió en silencio.

Cobarde.

Siempre tan cobarde.