Una espanolita en Londres

Una espanolita en Londres
Camden Town Girl...o sea, yo

Fabio, yo y mil historias inventadas contrarreloj

Yo, españolita, treintañera y con ganas de hacer algo diferente en mi vida, he decidido, por fin, poner por escrito las millones de historias y fantasías que pasan por mi cabeza... ¡en forma de reto!

Fabio, un hombre argentino aficionado a la literatura si cabe más que yo, me manda sus historias y cuentos desde hace poco, y yo le correspondo con las mías. Alguien a quien no conozco, una conexión difícil de explicar...

El reto es, cada vez que reciba un texto de Fabio, he de contestarle en menos de 24h, con una historia totalmente nueva y original...

¿Podré seguir el ritmo? ¿Será mi imaginación tan fantasiosa como siempre he pensado? ¿O no seré más que otra españolita en Londres que se piensa que, por estar en esta ciudad tan libertaria, puede hacer cualquier cosa que se proponga? ¡Este blog me sacará de mis dudas! :>


sábado, 12 de febrero de 2011

La 25, desde un sábado que promete

Buenos días tengan ustedes,

aquí estoy como loca de contenta porque es sábado y me estoy dedicando a hacer lo que me da la gana. Además, hoy hay un plan estupendo para esta tarde/noche (aquí en las islas las juergas empiezan a la hora de la siesta) que promete muchas risas y una tremenda resaca.

Espero que estéis todos disfrutando del fin de semana. Para ayudaros en vuestro empeño, me gustaría compartir con vosotros un artículo que he encontrado en un suplemento semanal de esos que dan los fines de semana con el periódico. Me ha resultado muy tierno y curioso. Espero que os guste ;>




LA MUJER PERDIDA

En aquel pueblo de mala muerte el viento susurra la misma canción que los borrachos gritan cada noche al cerrar el bar y las viejas murmuran antes de acostarse: la perdida, la mujer perdida nos perdió a todos en el mapa...maldita mujer perdida...

Castillar de las Casas es el típico pueblo inhóspito del interior de España. Medioabandonado. Gris. Sin futuro. Triste y rabioso. Cuesta imaginar que décadas atrás fue un pueblo próspero y burbujeante, el más alegre de la comarca. De aquella prosperidad no queda más que una plaza demasiado grande para ese pueblo casi vacío. Y todo por culpa de la mujer perdida, esa que perdió al pueblo en el mapa y con él a todos sus habitantes…

Hace 50 años, Castillar de las Casas estaba a pleno rendimiento. Los grandes mataderos situados a las afueras eran el referente de toda la comarca. Con aquellos mataderos el pueblo gozaba de una economía envidiable, especialmente teniendo en cuenta los vientos que corrían por aquella España que aún no había superado las escaseces provocadas por la Guerra Civil. Había trabajo para todo el mundo y más. Gentes de otros pueblos no tan afortunados de los alrededores encontraban en Castillar de las Casa su nuevo hogar. Y la cosa pintaba aún mucho mejor. La hija del dueño de los mataderos se iba a casar con un riquísimo fabricante de zapatos que estaba buscando una adecuada localización para su siguiente fábrica. Los habitantes del pueblo estaban contentos hasta decir basta. El pueblo ya no solo prosperaba, ¡ahora también iba a crecer! Todos andaban como locos de contentos. Todos excepto Soledad, la hija del dueño de los mataderos…

Soledad de hecho andaba tirándose de los pelos. Consciente de lo que aquel matrimonio medioarreglado suponía para todo el mundo, Soledad se sentía atrapada y chantajeada por su padre y habitantes del pueblo. Su madre, cual adorno disecado, no decía nada, no contradecía a su padre. Solo sabía sonreír y decirle a su hija lo feliz que iba a ser. Soledad hacía honor a su nombre y se sentía sola. Muy sola...

Soledad no tenía ni las fuerzas ni la personalidad suficiente como para negarse a las expectativas de todo el mundo. Así que se casó con toda la buena voluntad que fue capaz de amasar en su corazón. El fin de semana de la boda fue como una fiesta nacional, todo el pueblo de gala y comida y bebida para dar y regalar. La novia virgen purísima y el novio un gallardo caballero de la época. Todo un espectáculo digno de una película de Berlanga...

Y todo siguió siendo un espectáculo hasta que apareció Manuel Montañez. Don Manuel Montañez, librero ambulante al que ahora la vida había llevado a Castillar de las Casas con su modesto cargamento de libros y demás pocas posesiones. Manuel Montañez se dedicaba a la compraventa de libros. Antes de la guerra era sólo un romántico y bohemio muchacho que soñaba con ir a la universidad y estudiar literatura. Pero la guerra lo paró todo y el clima posterior no daba para andarse con romances y poesías. Pero aun así, el espíritu bohemio no murió y lo más honesto con lo que se le ocurrió que podía ganarse la vida en la España de la posguerra fue la compraventa ambulante de libros y revistas. Y allí estaba, en Castillar de las Casas, rezando para que todo le fuese bien en aquel pueblo que parecía bastante bien parado…

Era cuestión de días que Soledad y Manuel se conociesen. Y cuestión de minutos que se enamorasen. Anduvieron negándose respectivamente sus sentimientos durante un tiempo, hasta que la naturaleza reanudó su curso y no les quedó más remedio que aceptar lo suyo. Y el único paso lógico era huir. Eso fue exactamente lo que hicieron. Huir a dondequiera que fuese. Unos decían Madrid. Otros les hacían ir hasta Francia. Y los más osados se atrevían con América. Nadie lo supo jamás. El ultrajado esposo se largó y con él el sueño de su fábrica de zapatos. El padre de Soledad cayó en una profunda depresión que trajo como consecuencia el abandono de sus mataderos, los cuales cerraron poco antes de que el hombre muriera. El pueblo cayó en la desgracia. Con él todos sus habitantes. Y todo por culpa de la mujer perdida. Esa mujer mala, egoísta y perdida…

Esta es la historia de la mujer perdida tal y como todo el mundo la conoce en la comarca de Castillar de las Casas. Hay que tener en cuenta que en la España ultracatólica de la posguerra, ¡esto era un escándalo de proporciones monumentales! Que una mujer casada huyese con su amante era el colmo de los pecados atribuibles a una mujer. Hay muchos ejemplos como éste en la España franquista. Pero ninguno que influenciase tanto en el desarrollo económico de una población. Mi madre, que es del pueblo de al lado de Castillar, me ha contado esta historia desde que soy niño. Y siempre la di por cierta. Jamás se me ocurrió pensar que en ella hubiese una horrenda falsa apariencia…

Hace tres semanas, deambulando por Madrid, me vi a mí mismo descansando en una alegre terraza de La Latina. Allí sentado, taza de café en mano, reparé en una minúscula librería al otro lado de la calle. Lo que me llamó la atención fue su nombre: Libros de Segunda Mano y Antigüedades, Montañez e Hijos. Apuré mi taza de café y me dirigí hacia el minúsculo local. En efecto, había toda clase de libros raros y antiguallas, todo un dispendio de cultura alternativa. Pero en el fondo, lo que había hecho click en mi cabeza fue la asociación libros-Montañez. Así que fui hasta el dependiente y me presenté. Le conté que era periodista y que me dedicaba a escribir en el suplemento semanal de un famoso periódico historias y hechos históricos curiosos. Le conté de dónde era mi madre, un poco por encima la historia de la mujer perdida, y qué me había llevado hasta allí. Para mi gran sorpresa el dependiente sonrió y me dijo que en efecto, su padre era Don Manuel Montañez y su madre Doña Soledad de Montañez, que se había cambiado el apellido al casarse con su padre. ¡Dios mío! Mi corazón iba a mil por el descubrimiento. ¡La historia era real! ¡Soledad y Manuel Montañez existían! Solo que la historia era ligeramente diferente…

Concerté una cita con Soledad y Manuel Montañez una agradable mañana de hace dos semanas. Poseen una casa sin lujos pero muy acogedora y luminosa. Ellos me resultaron adorables, enamorados cual dos veinteañeros y extremadamente amables. Me contaron la historia real para que yo se la revelase al mundo entero y de una vez por todas pudiesen limpiar sus nombres. Esta es la verdadera historia de Soledad y Manuel, una historia de valentía, fuerza y sobre todo, amor:

Todo lo contado anteriormente hasta la aparición de Manuel Montañez es cierto. Sólo hay que recalcar una vez más la profunda tristeza y vacío que sentía Soledad por haberse visto obligada a casarse con un hombre al que no amaba. Entonces hace su aparición Manuel y se enamoraron sin remedio. Lo que nadie sabe es que Manuel conocía al marido de Soledad. En su condición de librero ambulante había visitado muchos sitios a lo largo y ancho de España, y en uno de ellos había dado con el marido de Soledad. El riquísimo fabricante de zapatos que todo el mundo le creía no era otra cosa más que un timador de altos vuelos. Se dedicaba a timar a familias de mucho dinero con el pretexto usado en Castillar: la búsqueda de una localización para su siguiente fábrica de zapatos. Así, en este caso, su víctima era el padre de Soledad, al que se cameló con malas artes para que le diese la mano de su hija en matrimonio y así convertirse él en el heredero de una sustanciosa fortuna. Su plan iba viento en popa hasta que apareció el maldito librero ambulante, Manuel Montañez. Del que para colmo se enamoró su supuesta inocente esposa. Manuel le contó todo a Soledad y ambos fueron a enfrentarse al farsante. Le amenazaron con destaparle si no se iba inmediatamente de Castillar. Lo que ellos no se esperaban es que él les amenazase con no anular el matrimonio entre él y Soledad a no ser que huyesen del pueblo como dos supuestos enamorados pecadores. La anulación del matrimonio a cambio de su silencio para siempre. El timador, de carácter bastante violento, fue muy efectivo en sus amenazas, porque Manuel y Soledad, muertos de miedo, huyeron a Madrid. El plan era reencontrarse con el timador para que anulase el matrimonio, lo cual hizo. Para el timador, era importante librarse de ese matrimonio con Soledad. Así, él podía reanudar limpio sus actividades de farsante. Manuel y Soledad se casaron y formaron una familia. Con el tiempo abrieron su pequeña librería y fueron felices. Pero tuvieron que pagar el precio de nunca volver a Castillar de las Casas.

Cuando le pregunté a Soledad de Montañez si se arrepentía o si echaba de menos el pueblo que la vio nacer y crecer me respondió con un sorprendente no. Me contó que sus padres fueron en realidad los culpables de todo: ellos siempre supieron toda la verdad porque ella y Manuel fueron a decirles todo lo que habían averiguado sobre el despiadado timador. Aún así, habían elegido salvar las apariencias y dar a su hija por mala y perdida. Su padre hubiera muerto antes que el mundo supiese que había sido engañado como a un niño. Además, jamás hubiera aceptado a Manuel como su marido. Para su padre, Manuel era un ser despreciable y andrajoso. Ella les escribió una vez casados e instalados en Madrid. Pero nunca obtuvo su respuesta. Sus padres siempre supieron donde encontrarla. Pero nunca fueron a verla. Me confesó que en ese pueblo sólo había sentido infelicidad y soledad. Por ello se cambió su apellido al casarse, para borrar toda vinculación con su familia y lugar de procedencia. Lo único que le dolía haber perdido era su honor. Ese que espera recuperar contando la verdad en este artículo.

Las últimas palabras que me dijo Soledad fueron: “¿Sabes? hay algo de verdad en eso de la mujer perdida. Estuve perdida mucho tiempo…en Castillar de las Casas”.